De cripto guita y el arte de gastar

Por José Ademan RODRÍGUEZ

Un amigo en España, nacido en el pequeño pueblo Malagueño de COÍN, me contaba que de niño le sorprendía mucho las referencias que existían sobre su pueblo. Cuando sus padres vinieron para la ciudad de Barcelona, ya tuvo la certeza y confirmación de que su pueblo era famoso de verdad. ¡Hasta los norteamericanos lo conocían! Efectivamente, en las calles o en los bares, todas las máquinas distribuidoras de bebidas, chocolatinas y de tabaco, ponían: »INSERT COÍN».

Mi amigo veía eso como una dedicatoria a su pueblo. Y claro, se enorgullecía y alardeaba ser de COÍN, este importante pero misterioso pueblo andaluz. Llegó a pensar que el famoso ‘’Insert COÍN’’ significaba algo como ‘’ser de Coín’’ o ‘’hecho en Coín’’ o ‘’Viva Coín’’ como si fuera uno antiguo lema en latín o algo divino. Para sus nuevos amiguitos catalanes, Coín pasó a ser un lugar »misterioso». Cuando se iban a la feria o entraban en algún salón de juegos, o cuando se acercaban a las máquinas tragaperras, aparecía el COÍN en todas partes; Coín por aquí Coín por allá. ¡Qué bien que se sentía! Coín era lo más grande. Pero, recién cuando entró en el colegio, se le acabó la fama. Los otros chicos empezaron a cargarlo y dejó de fanfarronear.

»Coín quiere decir ‘moneda’ en inglés, bobo!». ¡A la mierda! Y su mundillo se derrumbó.

A mí me paso lo mismo la primera vez que subí a un avión con lo del EXIT en la puerta, pensaba que me decían éxito para mi viaje, como una bienvenida. Y al Oli, le engañe un día con haciéndome el francés con un gangoso »locu de fonsi» pero éste no se lo tragó: »Me dices culo de sifón al revés, pedazo de culiau!».

Hoy en día, por ahí, de vez en cuando lo saca como en chiste, como cuando paran a comprar un café en una gasolinera de autopista. Pero es cada vez más escasa la oportunidad de bromear porque las máquinas que aceptan monedas van desapareciendo. Ahora, todo se compra por tarjeta bancaria o directamente a través del celular. Pero lo que aún no sabe mi amigo, es que su revancha está a la vuelta de la esquina. Su momento y la fama de su pueblo están volviendo gracias a esta criptomoneda que llaman BitCOÍN.

Hasta mi pescadera me habló del Coín-ese. Y creo que puse cara de pez por cómo me miró ella. Y todo eso por el auge del BitCoín y de otras »coínes». Todas criptomonedas. Bah, yo no me entero mucho, pero dicen que son monedas electrónicas, que son encriptadas y que están fuera del control de los gobiernos o de los banqueros.

»¡Que te parió, negro! ¿De qué hablai?!»

¿No me estarán tomando el pelo, che?

Dicen que la más potente es el Bitcoin, dicen que vendría a ser como el oro, pero digital, una ‘reserva de valor’. Un especialista dijo que «Bitcoin no es cien veces mejor que el oro, es un millón de veces mejor que el oro, y no hay nada parecido»; otro loco dijo que se asemejaba a un “enjambre de avispones cibernéticos que sirven a la diosa de la sabiduría, alimentándose del fuego de la verdad”.

Además, nadie sabe quién inventó eso. La leyenda dice que un tal Satoshi Nakamoto lo regaló al mundo a finales del 2008. Pero poco después se rajó y desapareció cual padre que sale a comprar puchos y no vuelve más. Más de diez años después los huérfanos, se volvieron millones de fieles que lo siguen, que lo veneran y que rezan cada mañana:

‘’Padre Satoshi que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, (…) Danos hoy nuestro bitcoin de cada día’’.

Hace poco desplegaron una gran campaña que llenó Madrid y Barcelona de carteles publicitarios de Bitcoin: aparecía en la Gran Vía, en la Plaza Cibeles, en el Paseo del Prado o delante de la sede del Banco de España. Hasta vi uno al lado de la Sagrada Familia, justo antes de bajar al subte. Esas fotos se hicieron virales como dicen ahora. Mi amigo se va a poner más contento que un perro con dos colas. Lo llamé, pero no me da más bola.

Leí en el diario que había más de un centenar de cajeros automáticos de Bitcoin en España. Mirá vos. Si yo nunca usé tarjeta de crédito para pagar y jamás saqué dinero de un cajero automático. Yo, si no le veo la cara al que me da dinero le desconfío.

Hay gente que dice que esa nueva guita viene para quedarse. ¿Los jóvenes tendrían que comprar algo por la duda? Capaz que sí, o igual no… ¿Ustedes creen que los mafiosos de la finanza van a dejar que haya cambios? Y perder el control de don Dinero? Salió un loco por la tele diciendo que la revolución ya está en marcha y que gracias a las criptomonedas llegaremos a la independencia financiera. ¿En serio? ¿Quiénes?! En fin, ¿habrá algo de verdad en toda esa mentira?

Si quieren una verdad, ahí está la del gran mentiroso y folclorista argentino Quique Dular, quien decía lo siguiente: “Cuéntame la mentira más digna de ser verdad. Esa es la verdad”. Y aunque parezca mentira, todo lo que parece mentira no es verdad. Aunque la mentira más grande es “No me interesa el dinero”. Así de falso es el hombre.

Lo cierto es que yo soy medio burro en eso de la guita. Nunca me interesó. No tuve educación financiera ni soñé con tener mucha plata. Qué raro porque por lo general la gran esperanza del pobre es ganar a la lotería o que un hijo le salga futbolista profesional o cantante. Pero, por más que les regalen un buen dinero, se lo quemarán y volverán al punto de partida. Por algo las familias pobres se quedan pobres. Hay que respetar la tradición.

La cantidad de boxeadores que quedaron sin un mango a pesar de haber ganado montones. (Kid Pambele, Sonny Liston, Joe Louis, Joe Frazier, Holyfield, Tyson etc., etc., etc…) o de futbolistas…

Ya les conté, en en este mismo diario, que el Beto Kandalaft trajo una vez a un jugador cordobés a España, para hacerlo firmar con el Valencia. Eso le iba a cambiar la vida, a él y a su pobre madre que trabajaba de limpiadora. Pero el negro se negó y se volvió. Cuando llegó a Córdoba le preguntaron porque no había fichado y su respuesta fue: ‘’Y que si yo ‘e peeeseta?!’’

Ahora bien, si uno quiere hacerse rico de verdad, la mejor manera es seguir la regla del medio-peso que solía cantar otro boxeador, el Zurdo Rivadero, rey de la peatonal:

»♪ Con medio peeeso compré una chaaancha y esa chaaancha me dio un chanchito y todo eeeso con medio peeeso! ♫».

¡Ese es el verdadero himno del inversor capitalista! Hay que hacer laburar al dinero. Y nada más.

Repito, a mí nunca me gustó la finanza, ni el ahorro y menos los bancos.

Ahora, me voy a plagiar a mí mismo, haciendo una suerte de onanismo literario. Claro, ¡tengo ochenta y dos pirulos! Y solo soy un intuitivo que pongo en juego el sedimento de mis experiencias con el soporte de una cultureta de bolsillo extraída del callejeo por esos mundos, y siempre a la orilla…

También toqué el tema del plagio. Uno se entera tarde, como cualquier buen ignorante o cornudo, que en su mocedad Valle Inclán copió íntegramente una novela de Dostoievski. ¡La literatura se alimenta de literatura y no de los animalejos del campo! La originalidad en estilo puro o virginal no existe. Paco de Lucía, quizás el más grande guitarrista, junto a Guillermo Gómez, dijo cierta vez: »todos nos copiamos unos a otros. No se crea de la nada, no existe la creación pura».

Por eso sacaré una parrafada de mi artículo »Te gusta el plácido domingo? ¡Mucho más que el puto lunes!»

»El dinero mejor invertido es el que te vas gastando todos los días. En el cementerio no hay ninguna milonga; los cajones están todos quietos. Siempre dije que no hay que morirse con todo el dinero puesto, ni tampoco con toda la salud puesta. Así como el dinero es para tirar, hay que tirar también un poco de salud en vida. Una de las pocas cosas que no pudo erradicarme es mi gran virtud de tirar el dinero, como compensación a tanto avaro suelto, gastando a veces más de lo que gano (se necesita más perspicacia e inteligencia para gastarlo que para ganarlo). Menos mal: ¡ojalá siga siendo así!, pues el dinero no es para sufrirlo, sino para disfrutarlo. ¡Hasta ahorro mucho en salud bebiendo vinos de calidad! Colegas tengo que ganan más, mucho más que yo, pero les da bronca que pueda hacer lo que se me antoja casi siempre. ¿Cómo no van a tener bronca, si en veinticinco o treinta años de trabajo su gran consuelo ha sido levantarse a las siete de la mañana pensando que luego de quince horas volverán a acostarse?

El dinero mejor invertido, no saben estos boludos, es el que te vas gastando; y si no preguntenle a uno que trabaje en la morgue. Yo soy un convencido. No dejaré como herencia ni un carajo. Todo mi patrimonio será afectivo, porque de lo otro, $ USA $, le daré adecuado USO.

Y lo único verdaderamente grave es tener gastados los sueños (de ideales y de cama), al punto de no permitirse el lujo de quedarse en casa los lunes por la mañana, y así gozar de un reparador sosiego, sin madrugar. Trabajar significa salir

apurado, no decir “Buen día”, en fin… no crear comunidad. Es de señalar que para el argentino madrugar no es vocación ni obligación de trabajar, ni empezar la faena desde el alborada, es ser “ligero” para sorprender con malas artes, es joder al prójimo; de ahí el tan conocido “te madrugué”, justifico y aplaudo al madrugador forzoso, el que duerme en cama ajena, ése sí se levanta antes del alba.

A los tipos que alardean de dinero, pregúntenles si trabajan los lunes por la mañana. En caso afirmativo, se revelarán como pobres esclavos. Los tipos inteligentes y ricos no cometen la grosería de trabajar los lunes. Yo no soy rico, pero considero que laburar los lunes es una explotación de uno mismo, olvidando que la autocompasión es necesaria. Me convenzo para revalorizarme de que los demás trabajan para que yo pueda dormir. Y soy yo mismo el que me fijo mis días laborables, festivos y de luto, porque nunca me sentí sometido por ningún jefe, patrón o director; mejor así, pues no hay peor amo que el que ha sido esclavo. Y llegué a la conclusión, hace ya más de treinta años, que no tenía que ajustarme a semejante deshonra: aguantar los nervios tensos de los lunes y sus lunáticos, el mal humor columpiándose en los párpados inflamados, y evitar el “hola” cavernoso que emana de una cara constricta, que más que saludo es como un eructo duodenal. ¡Hasta parece que tuvieran pelos en el corazón! Ya demasiado los veo en semana a la hora en que se baja la basura. En la búsqueda del dinero se oxida el espíritu y la cordialidad y la simpatía se agotan. Una fiesta con amigos es una continuidad del trabajo; más que compartir, la usan para enganchar clientes o adeptos, y no tienen espacio para la sinceridad como acto común.

Montones de laburadores que como termitas que empujan y cuyo logro más preciado es estar en nómina, tener actualizado el carnet de conducir, recibir el aguinaldo y poner el culo en alguna playa durante el estío. Gente que permite pensar que en el mundo hay dos clases de personas: los que tienen dinero y los que no saben ni lo que quieren. Clase media saltando entre un campo minado de tributos y créditos, intentando ahorros que dan pena. Víctimas de la productividad que llevan a la rastra el escepticismo del talentoso frustrado, que esperará con avidez saber qué tal sirven el menú en el bar restaurante más próximo. Y no quiero hablar del olor mierdebundo a sudor. Algunos estarán placenteramente tirados como yo, en este domingo, como los chanchos revolcándose en el barro para hidratarse la piel. Trabajo, laburo, sacrificio…

¡La gran mentira de los explotadores y líderes del borreguismo humano! Hasta un jesuita (con el respeto que me merecen) asesinado en Bolivia en 1980, Lluís Espinal, compuso la letra de una canción titulada Gastar la vida, donde señaló que Dios nos la ha dado para gastarla, no para economizarla en un estéril egoísmo. Yo me pregunto: ¿es que se puede gastar la vida? Sí, gastar se pueden gastar muchas cosas, unos jeans, por ejemplo, el último petardo en Nochevieja, sabiendo que después vendrá lo de todos los días, la rutina, que ésa sí te gasta y te desgasta. Pero la vida… Gastar es una palabra poéticamente desafortunada. Para gastar la vida sólo se requiere cantidad de tiempo, no calidad de horas. Implica esfuerzo sostenido e inclaudicable. ¡Hasta se puede gastar soñando algo hermoso entre las sábanas un lunes por la mañana, sábanas donde aún se huelen los restos del final de semana con el sinsabor de la rutina hebdomadaria por venir! ¡Ni palabras se pueden gastar!

Lo lógico es tener dinero para no trabajar (o trabajar menos), y no trabajar como un burro para tener dinero. De ahí aquello de: «No hay montaña tan alta que no la suba un asno cargado de oro».

A ciertos tipejos impertinentes que me preguntan: “¿Cuánto ganas?” les contesto: “Mucho más de lo que te figuras y menos de lo que supones”, respuesta atinada que los deja en pelotas, pues si presuponen que ganas mucho, pueden suceder tres cosas: que te envidien, te menosprecien o te mangoneen. No es más libre el que más dinero tiene, sino el que menos lo necesita (premisa rectora de mi vida desde que tuve uso de sinrazón). Sólo la suficiente guita para vivir, pues lo que sobra es para presumir.»

Y como bien dijo la Perla Vivián, una de las más elegantes mujeres que conocí en Córdoba: “Quien poco desea está lleno de todo”. Gran verdad esto de la Perla, como que Dios está solo, tan lleno de todo, pero solo. “Hay hombres que trabajan como si siempre hubiesen de vivir, y viven como si pronto hubiesen de morir”.

Muchos se hacen viejos en el intento de poseer dinero, fama, éxito. Y al final, descubren que son esclavos de cosas tristes, amargas, materiales, vulgares.

Ser rico por mi formación y condición es saber que está Pugliese en Madrid o París, tomarme un avión y volverme al otro día, sin que eso altere tu pulso económico o el de los demás. O irse en motoneta de Río Cuarto a Gigena para sentir a

Troilo como hice con el Mario Balliano, mi mejor amigo de Río Cuarto, brillante arquitecto a quien le jodieron la vida por envidia y por ser una persona auténtica donde los cabe.

De todos modos, ser un potentado no es tan fácil, igual pasa con los locos: tiene su precio. Los millonarios, por ejemplo, no tienen ni la más remota idea de lo que significa la amistad, pues creen que aquel que se acerca es para sacarles el dinero, por lo que viven instalados en la duda. Y al desconfiar de todos, se convierten en repulsivos misántropos que sólo escuchan al contable, a su abogado, o a alguien que les tira las cartas. Tienen mezcla de recelos y envidia de sus iguales, y no poseen ni el derecho a la piedad de los de abajo, que les odian. Al final, sus lujos son cada vez más caros. En general, “aman” tanto a sus hijos, los sienten tan apegados a ellos, que ya a los doce o trece años les envían lejos, bien lejos, a EEUU o Suiza, a fin de “perfeccionarlos”.

Ay, plata querida! qué daño has hecho por el mundo! Cómo has emputecido a la gente… El directivo del fútbol argentino que más »plata» tenía, sin duda, fue Alberto J. Armando, con su »metaverso» de la ciudad deportiva, sobre las aguas del Río de la Plata, donde pensaba construir el nuevo estadio de Boca Juniors, en un país donde sobra la tierra! Fueron incalculable las carradas de arena que se depositaron en el río. Pensaban emular a Ámsterdam o Rotterdam con sus estructuras de contención por el miedo de que Holanda desaparezca engullida por las aguas (inclusive el miedo se agudiza hoy en día por el »calentamiento global»), para controlar su flujo.

Este delincuente de Armando pretendía una bombonera virtual y terminó siendo el equivalente a las ruinas de Pompeya, pero sin Vesubio. El era el experto en destruir la institución xeneize a largo plazo. Tenía plata, mucha plata… Hubo otro en Córdoba que tenía plata, mucha plata… Armando Valentín Pérez, a Belgrano lo mandó al descenso, cuando las cosas comenzaron a barajarse mal, con su desidia, incuria, dejación de funciones (dejo hasta de ir a la cancha, según me cuentan), pero tenía plata, mucha plata…

Andando en la historia, Juan José Pizzuti, entrenador de este famoso equipo del Racing de Avellaneda (el recordado equipo de José), campeón del mundo intercontinental de clubes en el 1967, metió en la cabeza de sus jugadores un año antes de lograr la copa: “Muchachos, ¡no hay un mango! ¡O nos salvamos, o nos vamos todos a la mierda!”. El amor propio, el pundonor herido es lo que te carga de sabiduría.

A Demóstenes, que es el orador clásico por excelencia, se le reían porque era tartamudo. Muchos vascos que hicieron fortunas como terratenientes en la Pampa argentina empezaron vendiendo leche con una vaca por la calle… Los grandes estadios de la República argentina (Boca, River, Independiente, Vélez, etc.) se construyeron en la época de los modestos dirigentes de barrio, pequeños comerciantes, gente de centros vecinales, verduleros, dueños de bares. Luego del Mundial 1958, cuando arribaron los pomposos dirigentes empresarios (como Armando, Zaccol, etc.), saquearon las finanzas de esos clubes, o los fundieron.

A nuestros paisanos les viene muy bien el aforismo aquel: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. No se han dado cuenta aún de que la riqueza se forja en el yunque de la humildad que les convierte en eruditos de supervivencia. Albert Einstein, en febrero de 1923, vino a Barcelona para impartir conferencias sobre la relatividad. El ayuntamiento condal le reservó una suite en el Ritz; sin embargo, prefirió hospedarse en el modesto hotel “Les Quatre Nacions”, y regañó al concejal de Cultura de entonces: “Soy un ciudadano humilde y he tomado la habitación que corresponde a mi categoría”. Lo que no registró la Historia es que, a raíz de una visita nocturna de una señorita a su habitación, surgió la famosa anécdota: lo único inteligente que salió de la boca de una mujer fue la pinchila de Einstein. Ya era primera figura entre los hombres de ciencia.

La empresa de la industria automotriz Henry Ford se inició como un modesto garaje. Aristóteles Onassis vendía ballenitas (es un decir) en el puerto de Buenos Aires antes de convertirse en magnate naviero. Bernie Ecclestone vendía pan caliente y motos usadas; ahora es el dueño absoluto de la F-1 automovilística, y es una de las mayores fortunas de Gran Bretaña.

Algunos directivos engrandecieron a sus instituciones deportivas. Fueron gente normal. Uno Don pepe Amalfitani presidente de Vélez Sarsfield que se arremangaba para laburar por algún problema en el estadio, con su vinito tinto y su actitud paternalista cuando algún jugador necesitaba una reprimenda, así… desde el cariño y el respeto. Pregúntenle a Daniel Willington.

Don Antonio Capellino fue otro de Córdoba que hizo de Instituto una verdadera institución social y deportiva, orgullo de Alta Córdoba. Yo puedo decir que fue como un padre para mí, Cuando llegue con mis 18 años a estudiar a Córdoba, él me regalaba el Lactode con A en su laboratorio Inca. ¡Cómo olvidarlo!

Pero parece ser que lo de la plata… tuvo el precedente del señor Amadeo Nuccetelli que comenzó vendiendo rifas junto al delincuente Armando. Después de ofrecerse a varios clubes, recaló en Talleres, y tuvo la suerte, a finales de los años 1970, de ser la mejor expresión futbolística de la Argentina, demostrado en numerosas giras, hasta la debacle apuntillada por Bochini en aquella polémica final de enero del ’78 que hizo llorar a toda Córdoba (hasta a su fundador Jerónimo Luis de Cabrera se le humedecieron los ojos, que menos mal que, prudente, sigue detrás de la iglesia). Pero lo cierto es que no se recuperó y se hundió! Pasaron los años, y ahora llegó Andrés Fassi, un itinerante del mundo del fútbol. Y dicen que tiene… ¡mucha plata!

El tiempo es el mejor testigo… tiempo al tiempo.

Y un tango de Goyeneche me hace acordar al Enzo Vivian, »Camuflaje». Él, lo solía entonar en las reuniones de amigos y con él forjamos una entrañable relación en la ciudad de Grenoble, justo donde nació el Oli, como una conjunción mágica de afectos. Después del triunfo de Falucho Laciar en el Palacio de los Deportes de Grenoble, la rematamos con un asadazo en Paris en casa de… ¿de quién?… de mi mejor amiga, María Elena. ¡Más suerte imposible!