El viaje de Estado del rey Juan Carlos a Suecia donde doña Sofía lució por primera vez la tiara floral como diadema (y también la prusiana)

RealezaEste martes, los reyes Felipe y Letizia emprenderán su primer tour oficial por Suecia, el primero también de estas características diplomáticas que llevan a cabo tras la pandemia. Repasamos la visita que los reyes eméritos hicieron a Carlos Gustavo y Silvia de Suecia en 1979.

Por César Andrés Baciero

El 16 de octubre de 1979 Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, a punto de celebrar su cuarto aniversario como reyes de España, aterrizaron en el aeropuerto de Estocolmo-Arlanda. Junto al ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, y su esposa, los eméritos fueron recibidos por el príncipe Bertil, duque de Halland y tío del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia.

La noche anterior, el segundo canal de la televisión pública sueca (SVT2) había emitido una entrevista realizada en inglés a don Juan Carlos y a doña Sofía en el palacio de la Zarzuela. En ella el rey hizo referencia a su papel en el proceso de cambio de la dictadura franquista a la democracia española evitando caer en la pedantería y otorgándole el mérito al pueblo. “En ciertos momentos hay que hacer ciertas cosas y yo las hice, pero puedo decir que estoy contento con la situación actual y con el camino emprendido”, aseguró el padre de Felipe VI a los periodistas suecos, desconfiados de la voluntad democrática del rey hispano.

El último monarca español en viajar de forma oficial a Suecia había sido Alfonso XIII, abuelo, padrino de bautizo y predecesor en el cargo de don Juan Carlos, que llegó a bordo del crucero Príncipe Alfonso, en septiembre de 1928, para estrechar la mano de su homólogo sueco, Gustavo V, que había visitado Madrid y Toledo un año antes.

Tras la sencilla ceremonia de recepción a pie de pista, la delegación española se trasladó en coche hasta el Ayuntamiento de la capital, donde los reyes fueron atendidos por sus colegas Carlos Gustavo y Silvia de Suecia, que se encargaron de acompañarlos, en un par de coches de caballos descubiertos y en la barca real, hasta el palacio, residencia oficial de don Juan Carlos y doña Sofía durante su turné. Los caballeros se vistieron con uniformes militares, mientras que las damas lo hicieron con abrigos de piel que ocultaban un par de modelos cortos, color chocolate en el caso de la reina española y gris azulado en el caso de la consorte sueca. Doña Sofía abandonaría la costumbre de atemperarse con pieles la década siguiente. Pero la instantánea del día la protagonizó la princesa heredera Victoria, que entonces tenía dos años, al ser capturada observando muy atenta desde una ventana del palacio cómo su padre y don Juan Carlos pasaban revista a la Guardia Real.

Por la tarde, los cuatro visitaron el Museo Vasa, que alberga el barco de guerra del mismo nombre construido en el siglo XVII para convertirse en la joya de la armada sueca y que se hundió en la bahía de Estocolmo, víctima de una ráfaga de viento comedida, antes de empezar a navegar. La nave fue reflotada, 333 años después, el 24 de abril de 1961, tras unos trabajos de reparación hechos dentro del agua (para evitar que el aire pudriese la madera) que duraron una década.

El viaje de Estado del rey Juan Carlos a Suecia donde doña Sofía lució por primera vez la tiara floral como diadema (y también la prusiana)

En la cena de gala que puso fin a esta primera jornada, los monarcas, cargados de condecoraciones, celebraron el reencuentro entre ambos países y se felicitaron por la nueva etapa que se iniciaba con la visita del jefe del Estado español al palacio real de Estocolmo. “La opinión pública en general, guiada por sus dirigentes políticos, ha sido la más crítica y escéptica de Europa Occidental ante el proceso de democratizados español”, señaló el diario El País. No había pasado un lustro desde la muerte del dictador Francisco Franco. Suecia era, y continúa siendo, una monarquía parlamentaria asentada y famosa por su política exterior basada en la neutralidad.

La reina anfitriona, de claro con un vestido de corte imperio con torso bordado, se adornó con el aderezo de zafiros Leuchtenberg, mientras que la huésped lo hizo con la discreta diadema floral de diamantes que el gobierno español le regaló con motivo de su compromiso en 1962 con el hijo de los condes de Barcelona, herederos al extinto trono de España, y cuyo origen en el joyero real español es muy discutido. Era la primera vez que la helena optaba por presumir de la joya en forma de adorno capilar, hasta entonces lo había hecho como collar y sobre el pecho como conjunto de broches. Para la merienda de gala, doña Sofía combinó la tiara con unos pendientes largos, también de diamantes y regalo de sus padres, Pablo y Federica de Grecia, y un collarcito cuyo brillo se mezclaba con las lentejuelas de su vestido malva, formado por un cuerpo de gasa bordado y una falda abullonada con lazada en la cintura y encaje en el bajo.

La noche siguiente los reyes de España recibieron a los de Suecia en la embajada de España. Las consortes intercambiaron los tonos de sus trajes, vistiendo la española de azul verdoso y la sueca de lila. Como joyas, la primera eligió la diadema conocida como la prusiana, el juego de esmeraldas formado por pendientes, collar y pulsera, y un broche de diamantes en forma de lazo. Mientras que la segunda se adornó el pesado parure de amatistas, convirtiendo el collar original en tiara. Por el día Juan Carlos I y doña Sofía habían visitado los principales monumentos de la capital y almorzado junto al alcalde. Para asistir al ágape, la reina, desafiando las bajas temperaturas, eligió el vestido rojo de autor desconocido que su nuera, la reina Letizia, eligió para entregar los Premios Nacionales de la Industria de la Moda de 2018.

Luego visitaron la Universidad de Uppsala. Doña Sofía, que hasta el momento no había elegido durante este viaje ninguna alhaja histórica del joyero de los Borbones, decoró su solapa oscura con el broche de perla rodeada de un doble marco de diamantes, con un cuarteto de perlas en el marco exterior, que perteneció a la infanta Isabel y del que se puede prender un sexto nácar. La hija de Isabel II le dejó en herencia, tras su muerte en 1931, este alfiler a su sobrino, el rey Alfonso XIII. Este se lo regaló a su nuera, María de las Mercedes de Borbón y Orleans, en 1935 cuando contrajo matrimonio con su hijo don Juan, y esta se lo derivó a la suya, doña Sofía, en 1962 cuando se prometió con don Juan Carlos.

Al día siguiente, 18 de octubre, en la residencia del embajador de España en Estocolmo, don Juan Carlos y doña Sofía se encontraron con más de 500 españoles residentes en Suecia que los hicieron partícipes de sus necesidades como migrantes. Antes el rey había asistido al centro de telecomunicaciones y la reina a un centro de medicina preventiva infantil donde la monarca, que tiene formación en puericultura, se interesó por la legislación vigente en Suecia que permitía, al padre o a la madre de un recién nacido, optar a un permiso pagado de seis meses. El jueves terminó con la asistencia de los soberanos españoles y suecos al Teatro de la Ópera Real de Estocolmo, donde disfrutaron de un ballet. Doña Sofía se vistió de rojo y se enjoyó con el aderezo de rubíes que le regaló el armador griego Niarchos por su boda, y doña Silvia se coronó con la tiara de nueve puntas o de la reina Sofía de Suecia. Los reyes se cubrieron con frac y pajaritas gemelas en níveo.

La ciudad de Gotemburgo sirvió de marco para la despedida de este viaje oficial. Acompañados de los soberanos suecos, don Juan Carlos y doña Sofía recorrieron el centro de ensayos navales donde los jefes de los dos estados pilotaron personalmente el módulo de pruebas náutico.

Antes de que diese comienzo el último ágape, celebrado en el palacio de la Bolsa, los cuatro reyes tuvieron que hacer frente a las voces críticas. En la plaza de Gustavo Adolfo, frente a la escalinata de la Bolsa, una multitud, formada por seis españoles y numerosos suecos, hondeaba la bandera republicana y un trío de pancartas, una escrita en sueco y dos en castellano, en las que se podía leer: “España, mañana, será republicana” y “Libertad presos políticos”. El rey Carlos Gustavo recibió a la muchedumbre con cara de circunspecto, mientras que el rey le dio la espalda hasta llegar a la puerta del edificio, momento en el que se giró y se puso el dedo índice en la cabeza, como queriendo aludir a la salud mental de los manifestantes, para después saludar sonriente, igual que hacía su esposa, como si en vez de abucheos estuviesen recibiendo loas. A su salida, los gritos de “¡Viva España!” se confundían entre los insultos de aquellos que pedían la libertad de una quincena de encarcelados españoles acusados de actividades terroristas.

Las críticas de los defensores de la república no fueron las únicas que llegaron hasta los oídos del emérito. Los periodistas españoles, especialmente los gráficos, lo hicieron partícipe de las trabas que las administraciones locales les sembraban por el camino para el buen desarrollo de su labor. Don Juan Carlos transmitió esta queja a Ola Ullsten, ministro de Asuntos Exteriores de Suecia, que consiguió rebajar las exigencias de los funcionarios suecos.

El viaje de los padres de Felipe VI pasó con más pena que gloria en los periódicos suecos, pese a los esfuerzos de la Embajada de España en Bruselas que costeó una llamativa publicidad en los medios más críticos con España que decía: “En España han cambiando mucho las cosas en los últimos meses”. Los reyes españoles volvieron en avión a Madrid. En España don Juan Carlos I se reunió con el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, para adelantarle las buenas nuevas referentes a las relaciones diplomáticas hispano-suecas. Antes, durante el vuelo, el rey había llamado por radio a su homólogo, Carlos Gustavo, para agradecerle las atenciones recibidas y después, ya en territorio nacional, decidió probar una maniobra de cobertura de emergencia al DC-8 en el que se movían. Once minutos y medio después dos aviones de combate Phantom, escoltaban la nave real hasta Barajas.