Cuando la península Ibérica pertenecía a los celtas

En la Hispana prerromana hubo tres grandes culturas que dominaron la mayoría de la península: en el sur la tartésica, que las fuentes antiguas consideran la primera civilización hispánica; en el levante la íbera, a través de la cual entraron muchos elementos culturales del oriente mediterráneo. La tercera y más numerosa era la celta, que ocupaba buena parte del centro peninsular y fue la menos permeable a los elementos externos durante la mayoría de su historia, que va desde el siglo IX al II a.C.

El término Celtiberia puede resultar confuso ya que su significado varía según las fuentes. En sentido estricto se refiere al territorio de frontera con el mundo íbero -grosso modo, el oeste de Aragón y el este de Castilla- que, debido al contacto, aun preservando su carácter celta había asmiliado algunas características de los íberos como el uso de la moneda y del alfabeto. Sin embargo, en otras fuentes -sobre todo de época romana- se usa para referirse a todo el territorio peninsular de influencia celta, un espacio que también se conoce como Céltica hispana.

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Una cultura particular

Esta Céltica hispana compartía muchos atributos de las culturas celtas del resto de Europa, pero se diferenciaba en algunos aspectos impuestos por el clima y la geografía: aunque sus asentamientos eran sedentarios, conservaban algunos rasgos de su pasado nómada como la ganadería de transhumancia, que complementaba una agricultura de subsistencia. Sus costumbres eran parecidas a las de los celtas de la Galia aunque, en comparación, la casta sacerdotal -druidas- tenía mucha menos influencia respecto a la guerrera.

El principal rasgo compartido con los celtas del resto de Europa era su habilidad en la metalurgia, tanto la de tipo bélico como la orientada al uso cotidiano, como las herramientas agrícolas: a ellos se debe la difusión del arado en la península, a pesar de que practicaban una agricultura más orientada al consumo propio que al comercio. Para comerciar preferían sacar partido de su artesanía del bronce y del hierro, de la que eran los amos indiscutidos.

Cuando la península Ibérica pertenecía a los celtas

A diferencia de las otras dos grandes culturas prerromanas de la península, el mundo celta era mucho menos permeable a las influencias externas. No conocían el alfabeto, a excepción de los celtíberos, que habían adoptado el fenicio igual que los íberos. Por norma general tampoco usaban la moneda, prefiriendo el trueque y comerciando mayoritariamente entre ellos, dando lugar a una economía bastante autosuficiente. De los otros pueblos autóctonos obtenían casi únicamente cerámica -una tecnología en la que los íberos les superaban gracias al uso del torno- y bienes de lujo a cambio de armas y herramientas de metal.

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Grandes guerreros

El dominio de la metalurgia iba asociado a otro rasgo identitario de la cultura celta en general: su carácter guerrero, que se manifestaba aspectos muy diversos como la construcción de sus poblados, amurallados y situados en zonas de fácil defensa; su organización social, dominada por una élite guerrera y representada en el uso de las armas como símbolos de prestigio en los ajuares funerarios; y el hecho de que parte de su economía se basara en la guerra y el saqueo.

Igual que los íberos, los celtas hispanos eran muy apreciados como mercenarios. Los cartagineses los emplearon ya desde el siglo V a.C. en sus luchas con los griegos por el control de Sicilia y fueron un apoyo vital para la expedición de Aníbal Barca durante la Segunda Guerra Púnica, en el siglo III a.C. Cuando Roma sustituyó a Cartago como potencia extranjera, los romanos se dieron cuenta de la conveniencia de someter a esos belicosos pueblos: los dos grandes motivos eran, por una parte, la amenaza que suponían para las poblaciones ya romanizadas; y por otra, garantizar la seguridad de las rutas de comercio, puesto que desde Hispania se exportaban productos tan valiosos como el vino, el aceite y la plata.

La conquista de la Céltica hispana fue difícil y lenta, duró alrededor de medio siglo y se concluyó sin una victoria completa, ya que los pueblos del norte resistieron hasta la época de Augusto. Las llamadas guerras celtíberas tuvieron algunos episodios famosos como el asedio de Numancia que, si bien concluyeron con la victoria romana, contribuyeron a difundir la fama de los celtas hispanos como guerreros feroces, una fama que les valdría a muchos una ocupación como auxiliares en el ejército romano.

A diferencia del mundo íbero, donde la romanización fue relativamente sencilla y la élite local adoptó rápidamente las costumbres romanas, en el territorio celta el proceso fue más lento. Esto se debía en buena parte al hecho de encontrarse en el interior, lo que hacía la Celtiberia menos atractiva para los colonos y para los comerciantes. Roma invirtió grandes recursos en el desarrollo de una red de carreteras y en infraestructuras, para promover la inmigración desde otras zonas de la península y facilitar el contacto con la población ya romanizada. Hispania había sido una de las conquistas más largas y difíciles de Roma, pero también de las más provechosas, y en época imperial se convirtió en una de las joyas del imperio.

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Carlos Díaz Sánchez

Ediciones Nowtilus, Madrid, 2019