Adelaida Segarra, comisaria de la exposición Burgos. Legua cero del viaje de Magallanes-Elcano y profesora de Historia de América en la Universidad de Burgos, descubrió con horror que el mapa que se guardaba desde hacía cinco siglos entre las páginas del libro Opera. Legatio babilónica y que se iba a exponer con las máximas medidas de seguridad en la catedral de Burgos en 2019 no era la primera cartografía del Caribe, sino que había sido sustituido por otro. Segarra dio la voz de alarma y la Policía española comenzó a investigar. Interpol, agencia policial internacional, ha integrado esta obra de 1514 de Juan Rodríguez de Fonseca en su aplicación ID-Art, donde comparte espacio cibernético con otras 52.000 piezas desaparecidas en el mundo; de ellas, 723 son españolas. El mapa es la última pieza que la Policía Nacional ha pedido que se incorpore a la base internacional. En el caso español, las obras desaparecidas procedían de catedrales, museos, colecciones privadas y hasta del Palacio Real.
Corrado Catesi, coordinador de obras de arte de Interpol, sostiene que la sustracción de este tipo de joyas artísticas e históricas ha creado un “mercado ilícito y fluido” que se extiende por todo el mundo y que se está incrementando a causa de los países en conflicto y de la Covid, y esto mismo se aplica a las excavaciones arqueológicas ilegales. Durante la pandemia, la Interpol ha detectado un “marcado aumento de las excavaciones ilícitas en África (32%), en América (187%) y, sobre todo, en la región de Asia y el Pacífico Sur (3.812%), en comparación con 2019. Esto podría deberse a que los sitios arqueológicos y paleontológicos están, por naturaleza, menos protegidos y más expuestos a las excavaciones ilícitas”. Los españoles, también.
En la aplicación informática, que se puso en funcionamiento este año, Interpol muestra su gran base de datos con las obras expoliadas en 134 países. Incluye fotos, descripciones y detalles de los objetos. “Es la única base global con certificado de información policial de piezas robadas o perdidas”, indica Catesi, que destaca que Interpol no accede ni retiene los datos de las personas que descargan la aplicación. “Es totalmente anónima para que nadie tenga temor a consultarla”, añade. Es accesible en inglés, francés, árabe y español, las lenguas oficiales de Interpol.
En el caso de España, la base muestra más de siete centenares de objetos de todo tipo y con distinto origen y cronología: armas, retablos, pinturas, esculturas, miniaturas, coronas, altares romanos, capiteles, manuscritos, libros y obras de los más diversos artistas de la historia.
Se descubren goyas como, por ejemplo, un cuadro llamado El sueño de San José, que fue substraído de una vivienda particular en Villanueva de la Cañada (Madrid) el 1 de septiembre de 2015. Los ladrones inutilizaron el sistema de alarma de la residencia para entrar y robar esta obra pictórica de elevadísimo valor junto con un dibujo, también atribuido a Goya, titulado Caricaturas de cabezas. De Salvador Dalí en la lista de Interpol se encuentran numerosas obras, entre ellas Minotauro, una estatua de bronce de 1981, de 1,46 metros de altura. Según la Comisaría General de la Policía Judicial, la escultura fue robada también de un domicilio particular en Madrid en 2015.
Cinco años antes, en octubre de 2010, los ladrones penetraron en el santuario de la Virgen del Oro, en Murcia. Rompieron el candado de una urna y sustrajeron una pieza de 42 centímetros de altura atribuida a Francisco Salzillo. Nadie la ha vuelto a ver.
Los delincuentes no hacen distinciones en el tamaño de los valiosos objetos que sustraen, como es el caso de un tapiz de 2,75 metros de altura y 3 de ancho del siglo XVII, de la escuela francesa de Gobelins. Se trata de la tela de seda y algodón Los logros de Alejandro Magno, que fue robada el 26 de diciembre de 2009 de una vivienda particular en Huesca. La Unidad Central Operativa de la Guardia Civil pidió, en su momento, ayuda ciudadana para recuperarla. “Por lo general”, explica Catesi, “los ladrones prefieren obras más manejables, fácilmente transportables, pero tampoco es una norma”.
En septiembre de 2003, el artista Jaume Plensa (Barcelona, 1955) iba a tomar un avión con destino a París, donde se había organizado una exposición en la Galería Lelong. Estaba previsto que se expusieran 18 esculturas y 26 dibujos y collages suyos. Plensa decidió transportar él mismo sus trabajos. Los introdujo en una carpeta y esperó la salida del avión sentado en la terminal de El Prat. Cuando se levantó, las obras habían desaparecido.
A las hermanas de la Caridad de Sevilla les robaron en 1980 una miniatura que representaba al escritor Miguel de Maraña (1627-1679) pintada por Bartolomé Murillo. Una mañana, al ir a comprobar la vitrina donde se guardaba ingenuamente, encontraron el recipiente vacío. La cerradura no presentaba signos de violencia. La obra, de solo seis centímetros, fue un regalo de la superiora del convento de Santa Paula a la Hermandad de la Caridad.
El cuadro Busto de mujer, un retrato pintado por Picasso en 1938, un año después de terminar el Guernica, fue robado en 1999 del yate de un jeque saudí. La obra representa a una artista amante del pintor y está valorada en 25 millones de euros. Pero este no es el único picasso en “busca y captura”: en esa lista está Retrato de un hombre, una obra pequeña de 33 centímetros de altura y 44 de ancho del que la Interpol apenas ofrece datos.
En 1993, los ladrones se introdujeron en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid, y se llevaron una cruz de bronce visigoda datada entre los siglos VI y VII. Medía 34 por 28 centímetros. Había sido hallada en un sepulcro de Baena (Córdoba) en 1901. La pieza se exponía sin ningún tipo de protección en un diorama que reproducía un ábside de una iglesia visigoda. El caco solo tuvo que alargar el brazo y salir entre los visitantes.
Hasta uno de los edificios más vigilados de España, el Palacio Real de Madrid, fue víctima de un robo. Los ladrones se llevaron en 1989 dos pequeños cuadros de Velázquez (Retrato de una dama y Mano del retrato del arzobispo Fernando Valdés), otro de Carreño de Miranda (Retrato de una dama) y uno más de Francisco Bayeu (San Carlos Borromeo).
Las obras se guardaban en un área cerrada al público, la sala Velázquez. Lo sorprendente del caso es que las cerraduras habían sido cambiadas hacía poco y se habían anulado todas las llaves maestras del edificio por precaución. Para acceder al salón había que ir, además, acompañado de un guardia de seguridad. Las investigaciones se centraron al principio en el personal de las contratas que trabajaba en palacio, pero también en el de conservación y restauración, “que tiene mayores posibilidades de colocar en el mercado unos objetos como estos”, indicó en su momento la Policía.
“Se trata”, dice Catesi, “de bandas muy especializadas que se enmarcan dentro de la delincuencia más peligrosa, con conexiones con el mundo de las armas y de la droga”. Su colega Luigi Mancuso, responsable de Patrimonio Histórico de Europol, remacha: “Eso de los ladrones de guante blanco, al estilo de Thomas Crown [en referencia a las películas sobre un robo sin violencia interpretadas por Steve McQueen, en su versión de 1968, y Pierce Brosnan, en la de 1999], es algo del cine, algo que no existe. La realidad es más tremenda”. Según ambos expertos, el robo de obras de arte es el cuarto negocio ilícito que más dinero mueve en el mundo, tras la droga, las armas y la prostitución. En España, también.