Auge, caída y auge de Leticia Dolera | Vanity Fair España LargeChevron Menu Close Facebook Twitter Instagram Pinterest Facebook Twitter Email Pinterest Facebook Twitter Email Pinterest Facebook Twitter Instagram Pinterest LargeChevron

Y según a quién se le pregunte, después troceó esa manzana, se hizo un pastel, se lo comió entero y se atragantó. Su liberación personal, expuesta paso a paso en los medios de comunicación, se ha ido quedando enganchada en una ristra de cepos.

Como ocurre con todos los superhéroes (o supervillanos, de nuevo, dependiendo de a quién se le pregunte), el relato de Leticia Dolera tiene su propia historia de orígenes: durante las reuniones para conseguir financiación para su debut como directora, Requisitos para ser una persona normal, ella notó que los inversores se dirigían solo a sus compañeros masculinos aunque ella fuese la directora. Comenzó entonces a interesarse por la desigualdad de género, por las discriminaciones cotidianas desapercibidas y por la cultura de opresión, violencia y cosificación hacia las mujeres. Era 2015 y sus publicaciones en redes sociales comenzaron a derivar, cada vez más a menudo, hacia la reivindicación feminista.

Durante tres años completos, 2016, 2017 y 2018, Leticia Dolera no apareció en ninguna película ni en ninguna serie (al margen de una intervención en Bajo sospecha, a principios de 2016). Y durante ese periodo, su presencia en los medios de comunicación, su viralidad en redes sociales y su popularidad no dejaron de crecer exponencialmente: cuanto más hablaba sobre feminismo, más repercusión tenía; cuanta más repercusión tenía, más hablaba sobre feminismo. En agosto de 2017 El Correo tituló “Leticia Dolera, activista de guardia” una noticia escrita por Arantza Furundarena sobre las críticas de la actriz a unas fotografías suyas en Elle que habían sido demasiado retocadas con Photoshop. El concepto de “activista de guardia”, explicado dentro de la noticia, señalaba que Dolera era tan feminista que no descansaba ni en verano.

En octubre de 2017, nada más destaparse los abusos sexuales sistemáticos perpetrados de Harvey Weinstein, Dolera se sumó a la iniciativa #MeToo contando que cuando tenía 18 años un director le tocó un pecho delante de cuatro personas que no hicieron nada y explicó cómo este gesto, normalizado durante siglos, alimenta la cultura de la violación mediante la cual los hombres se creen dueños del cuerpo de la mujer.

En enero de 2018, Dolera publicó una columna en Fotogramas sobre el acoso sexual en la industria del cine y confesó que cuando se lo propusieron dudó si aceptar. No quería que perjudicase su carrera o convertirse en un cliché monotemático pero explicó que precisamente ese miedo le dio más razones para escribir la columna. De este modo se topaba con el primero de sus cepos: si hablaba alimentaría su imagen de feminista radical, si callaba alimentaría el estigma del feminismo y la cultura del miedo. Ese mismo mes Dolera apareció en los premios Feroz y agradeció con sorna a la organización su iniciativa de que todos los galardones fuesen entregados por mujeres reduciéndolas, según ella, a azafatas. Hubo gente en redes sociales que la acusó de clasista (¿qué tiene de malo ser azafata?), otros señalaron pertinentemente que en esa gala una mujer, Carla Simón, ganó los tres premios principales (película dramática, dirección y guión); que la ganadora a mejor película de comedia (La llamada) estaba protagonizada por cuatro mujeres y que hasta el mejor documental (La Chana) estaba dirigido por una mujer. La intervención de Dolera, por tanto, quedó como una salida de tono simplista, equivocada y manida.