"Hija de sangre y otros relatos", una puerta de entrada a la ciencia ficción de Octavia E. Butler

“Mi tía y yo estábamos en la cocina, hablando. Ella cocinaba algo que olía bien y yo estaba sentada a su mesa, mirando. Un lujo. En casa, mi madre me habría puesto a ayudar.

--De mayor quiero ser escritora –dije.

--¿Ah, si? --dijo mi tía--. Bueno, eso es muy bonito, pero también tendrás que buscarte un trabajo.

--Mi trabajo va a ser escribir.

--Puedes escribir cuando quieras. Es una bonita afición. Pero vas a tener que ganarte la vida.

--De escritora.

--No digas tonterías.

--Lo digo en serio.

--Nena… Los negros no pueden ser escritores.

--¿Por qué no?

--Pues porque no.

--¡Sí que pueden, ellos también pueden!

Cuando no sabía de lo que estaba hablando era cuando más terca me ponía. En mis trece años de vida no había leído una sola palabra impresa que, por lo que yo supiera, hubiera sido escrita por una persona negra. Mi tía era una mujer madura. Sabía más que yo. ¿Y si tenía razón?”

Así cuenta Octavia E. Butler, una de las escritoras más importantes de ciencia ficción en lengua inglesa, su revelación, su deseo temprano de ser escritora, en “Obsesión positiva”, un texto autobiográfico incluido en Hija de sangre y otros relatos, el hermoso libro que hace pocos meses editó Consonni, se distribuye en Argentina y viene a sumarse a las extremadamente desordenadas ediciones de Butler en español, una escritora esencial que, como muchos autores de género, está publicada con baches y en editoriales medio incógnitas (al menos en Argentina: en Estados Unidos es un clásico).

La conversación con su tía no resultó certera –Octavia tuvo razón- pero eso no significa que la tía estuviese equivocada. Mas allá de que es difícil vivir de la escritura, con cualquier identidad, que una mujer negra se dedicara a la ciencia ficción en los años ‘70 era inédito. Californiana, nacida en 1947 en Pasadena, hija de una trabajadora doméstica y un lustrabotas que murió muy joven, Butler fue sobre todo novelista pero los relatos que rescata Hija de sangre son una excelente introducción a su obra y, en todos los casos, cuentan con una nota de la autora que amplía el contexto y significado de los relatos. Octavia E. Butler fue, sin una bajada de línea dura ni una militancia explícita, una escritora que se ocupó del poder, el género y la raza. Es decir: temas absolutamente contemporáneos. Ella lo encontraba lógico y no le gustaba mucho que la llamaran pionera o “gran dama” o cualquier título de nobleza literaria. “No creo que pueda escribir de otras cuestiones. Todos los escritores están influenciados por quiénes son. Si sos blanco, podés escribir sobre ser chino, pero le pondrás muchas de tus experiencias al personaje”. Sin embargo, reconocía lo excepcional de ser una mujer en el campo: en ese mismo ensayo escribe: “Había un solo escritor negro de ciencia ficción aparte de mi con una carrera productiva cuando vendí mi primera novela: Samuel R. Delany Jr. Ahora somos cuatro: Delany, Steve Barnes, Charles R. Saunders y yo. Poquísimos. ¿Por qué? ¿Falta de interés? ¿Falta de confianza?”.

Ahora hay muchas más mujeres negras y también existe el subgénero algo discutido de “afro-futurismo”. Por nombrar algunas: Andrea Hairston, Tananarive Due (también autora de terror), la jamaiquina Nalo Hopkinson, la ya famosa N. K. Jemisin, la nigeriana-americana Nnedi Okorafor o la sudafricana Mohale Mashigo (que no escribe solo ciencia ficción, pero es una extraordinaria cuentista de género). Pero la aparición de todas, excepto de Due, es muy reciente. Cuando Octavia E. Butler escribía, estaba sola.

BREVES FANTASÍAS

Hija de sangre y otros relatos recopila los pocos cuentos que Butler publicó. “Hija de sangre” es su relato más famoso. Lo publicó en 1984 en Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine y es una historia de invasión y encuentro entre especies: la dominante necesita de los cuerpos de las otras para reproducirse, como parásitos, y conservan a los potenciales reproductores en Reservas. Para muchos, es una historia sobre la esclavitud, aunque la idea del “embarazo” de un hombre joven es mucho más directa y muy extraña. Octavia E. Butler negaba que fuese una metáfora de la esclavitud. “Es básicamente una historia de amor”, decía en 1996 en una entrevista para Science Fiction Studies. “Hay muchos tipos de amor en ese cuento: amor familiar, amor físico… El alien necesita al chico para procrear, y lo hace más fácil para él al demostrarle afecto. Después de todo, van a tener hijos y él los llevará dentro. Muchos críticos lo ven como una historia sobre esclavos solo porque soy negra. Yo hablo de la esclavitud cuando hablo de la esclavitud de forma explícita”.

El cuento “Hija de sangre” es, cierto, mucho más un cuento de invasión y de body-horror, de terror corporal, del cuerpo como espacio gore y vulnerable y morboso. La lectura “esclavista” es de hecho un prejuicio: ¿se le haría a cualquiera de los autores blancos que escriben sobre invasiones y robo de cuerpos? Al mismo tiempo, la propia Butler reconoce que todos nos nutrimos de nuestra identidad y experiencias. Las lecturas son particulares y, con frecuencia, el autor no tiene tan claro sobre qué esta escribiendo. Pero ella siempre fue muy firme: la esclavitud tuvo otros tratamientos en su ficción.

“La tarde y la mañana y la noche” es quizá un cuento todavía mejor que “Hija de sangre”. Butler inventa la enfermedad de Duryea-Gode: los síntomas pueden controlarse por un tiempo pero, cuando la enfermedad llega a su clímax, los pacientes se atacan a sí mismos, se comen, se mutilan, se suicidan. Es un síndrome de tendencias autodestructivas fatales. “Si tenías hijos, se lo transmitías. No a todo el mundo le afectaba igual. No todos se suicidaban o asesinaban a alguien pero todos se mutilaban en cierto grado, si podían. Y todos se iban: escapaban a un mundo propio y dejaban de responder a su entorno”, explica la narradora, hija de dos enfermos y en apariencia condenada a sufrir un destino horrible. En parte relato clínico, en parte otra historia de body horror, Butler explica que tiene que ver con “mi fascinación por la biología, la medicina y la responsabilidad individual”. También era fanática de Oliver Sacks y en este cuento se nota la influencia del famoso neurólogo: podría ser uno de sus casos llevado al extremo. “Sonidos de habla” es una historia pos apocalíptica que también usa la enfermedad: “Era veloz como un infarto en su manera de liquidar a la gente y en algunos de sus efectos. Pero atacaba de forma muy específica. El lenguaje se perdía por completo o quedaba gravemente deteriorado. Nunca se recuperaba. A menudo, también producía parálisis, discapacidad intelectual o muerte”. Rye, la narradora, perdió muchas capacidades lingüísticas, como la de leer. Pero aún puede hablar. Es su secreto en el mundo despiadado de este cuento cruel. “Amnistía” es otra historia de invasión, en la que los aliens capturan a los humanos como “traductores”; una historia sobre la lengua, como “Sonidos de habla”. Y “El libro de Marta” es una utopía; la Marta del título tiene un encuentro con Dios (o una forma de Dios) que le propone algo tan deseable como imposible: hacer un mundo mejor.

Hay dos relatos que no son de ciencia ficción en esta colección. Uno es “Parientes cercanos”, un cuento sobre incesto pero que intenta comprender las motivaciones de quienes se relacionan y “Al otro lado”, sobre alcoholismo y trabajos alienantes; Butler explica que lo escribió en 1970, cuando iba al taller de ciencia ficción de Delany en Clarion, San Diego, y todavía no había vendido ningún cuento. “En los trabajos horribles que solía tener en fábricas, almacenes, plantas de procesado de alimentos, oficinas y tiendas minoristas, siempre parecía haber al menos uno o dos personas muy extrañas. Vivía con miedo de volverme con ellos”.

El libro de Consonni no es, como se apuntó antes, una muestra de la obra de Octavia E. Butler porque ella no era cuentista, no se consideraba como tal y los relatos son casi excepciones. Sin embargo, sus temas principales están aquí, su atrevimiento, la forma en que se adelantó a su época casi sin intentarlo.

EL TIEMPO Y LA HERENCIA

En 1979, Octavia E. Butler escribió su novela más vendida y quizá la más accesible para el no-lector de ciencia ficción: Parentesco. Técnicamente utiliza un recurso sencillo de la ciencia ficción, el viaje en el tiempo, pero la problemática de ese viaje es de una complejidad inusitada que se acompaña con un estilo límpido, de enorme claridad, que contrasta con los dilemas del texto. Dana, una joven escritora que vive con un otro escritor (blanco), Kevin, en los años 70 de la liberada California, sufre lo que cree es un desmayo. Pero la pérdida de conocimiento la lleva a una plantación en 1815, antes de la guerra civil. En teoría ella es una “negra libre” en el pasado, pero eso, entonces, no significa mucho. La atracción, el imán que la hace atravesar el tiempo es un niño y luego un hombre joven, Rufus: siempre que está en peligro, y lo está muchas veces, parece llamar a Dana, que de alguna manera resuelve su crisis, sea el dengue o una pelea o estar a punto de ahogarse. Pero, ¿por qué Rufus? Es que el chico pelirrojo, bastante “blando” para ser un esclavista pero aún así brutal, es su antepasado. Tiene un hijo con una esclava, Alice, y de ahí, de esa unión, viene Dana. Se sabe como, en general, eran las relaciones entre amo y esclavo, mejor dicho, entre amo y esclava. Y esta no escapa a la brutalidad acostumbrada, es decir, la violación, tomar el cuerpo por la fuerza. Pero de que Alice tenga ese hijo concebido sin consentimiento con el amo depende la vida de Dana: en las reglas del viaje en el tiempo, no puede cambiarse el pasado.

En uno de los traslados hacia el pasado, Dana viaja con Kevin. Ella, antes de que ocurra, teme esa compañía, aunque estar con un blanco le sería útil. Porque, escribe: “Un lugar como aquel representaba para él un riesgo del que yo no quería ni hablar. Si se quedaba allí años, una parte de aquel lugar acabaría impregnándolo. No sería una parte muy grande, estaba segura de ello. Pero si sobrevivía en un lugar como ese sería porque se las había arreglado para tolerar, de algún modo, ese tipo de vida”. Parentesco tiene escenas de maltrato y enorme crueldad hacia los esclavos, cacerías humanas, ventas de personas, las prácticas despreciables que se esperan de un texto ambientado en la pre-guerra. Pero como suele ocurrir, por ejemplo, en algunas novelas de Toni Morrison, las preocupaciones de la narradora son muy distintas a las esperables de un bienintencionado narrador blanco. A Dana, por ejemplo, la preocupa la facilidad con que ella misma se acostumbra a la vida de esclava, lo fácil que le resulta bajar la cabeza, incluso tolerar latigazos. La desvela qué hacer, si tiene que rebelarse o sobrevivir. La tortura saber que tiene que permitir el nacimiento de ese hijo, su antepasado, como sea, para poder existir en el futuro. No hay en ella un estado de indignación, tampoco de sumisión, sino de alerta. ¿Quién va a llegar a sobrevivir? ¿El que lidera una rebelión o el que aprende los trucos de los veleidosos amos? ¿Es ese sobreviviente un cobarde? ¿Ella debe seguir salvando a este antepasado blanco o lo “justo” es que lo castigue como el hombre cruel que es, al menos por momentos? El personaje de Rufus también es complejo: Butler no concibe a un malvado sin matices, sino a un hombre de su época. “La esclavitud era un proceso de ensordecimiento largo y prolongado”, escribe. La novela pone en primer plano, además, la inevitable mezcla entre negros y blancos con mujeres tomadas por la fuerza y qué implica para una mujer de color, en el presente, relacionarse con un hombre cuyos antepasados fueron violadores. Pero no enfatiza este dilema: era una escritora de enorme elegancia, respetuosa de sus lectores y por eso mismo Parentesco es una novela tan inquietante, porque no señala cómo hay que pensarla. En el 25° aniversario de su publicación, Butler le dio una entrevista a Joshunda Sanders en la que habló de lo que significó escribir el libro. “Creo que es el más exitoso porque es el más accesible y además apela a varios públicos: estudios afroamericanos, estudios sobre mujeres, y ciencia ficción. A veces le llega a gente que de otra manera no leería un libro así, que no leería historia sobre ese período salvo estilo Lo que el viento se llevó. Lo bueno es que se lee en colegios. Muchas veces, especialmente los varones, dicen ‘oh, si me pasara a mi, yo haría tal cosa’, y esa solución simple los hubiese matado. No entienden lo serio que es cuando toda una sociedad está en tu contra y preparada para mantenerte en tu lugar. Tuve la idea de la novela cuando estudiaba. Pero el motivo para escribirla surgió de ver trabajar a mi madre. La vi recibir insultos y mantenerse tras bambalinas y aunque yo era una niña, supe que era humillante. Sabía que algo estaba mal, equivocado, que era desagradable. Le dije, cuando tenía unos siete u ocho años: ‘Nunca voy a hacer lo que hacés vos, es terrible’. Ella me miró con tristeza y no dijo nada. Creo que fue esa mirada y las indignidades que tuvo que aguantar lo que hizo surgir Parentesco. Lo recordé y quise demostrar que la gente que pasa por estas cosas y las aguanta no son cobardes sino héroes. Usaron lo poco que tenían para sacar adelante a sus hijos. Mi madre sabía lo que era tener hambre, fue una mujer joven durante la Depresión. La sacaron del colegio a los 10 años. No tuvo comida, no tuvo techo. Yo jamás me preocupé por eso. Estudié y me gradué y todo porque ella aguantó para ayudarme. Esta gente estaba luchando, solo que no lo hacía con puños, que a veces es fácil y no tiene sentido. La solución rápida y sucia suele parecer la más admirable, hasta que hay que vivir con las consecuencias”.

LAS SAGAS Y LAS ESTRELLAS

Hasta acá da la impresión de que Octavia E. Butler fue una escritora de ciencia ficción “blanda”, un poco en el borde del género. Pero esa impresión se desvanece cuando se recorre el resto de su obra, que poco tiene que ver con los relatos o con Parentesco, que es casi una novela histórica. La trilogía Xexogenesis (también conocida como Lilith’s Brood), por ejemplo, integrada por tres libros (Dawn, Adulthood Rites e Imago), publicada en los ‘80, comienza con una mujer negra que está presa y se entera, vía sus captores humanoides, que la Tierra ha quedado inhabitable después de una guerra nuclear. Los humanos casi están extintos. Los pocos sobrevivientes son “secuestrados” por una raza extraterrestre, los Oankali. Lilith, la mujer presa, se entera que ha despertado 250 años después de la guerra en una nave. Los Oankali tienen tentáculos y tres sexos: femenino, masculino y Ooloi. Además, manipulan material genético para hacer mutar a otros seres y producir crías.

Un poco como en “Hija de sangre”, los Oankali logran hacer la Tierra habitable pero con la ayuda de Lilith quieren unirse a los humanos para hibridar las razas. Perciben este intercambio como mutuamente beneficioso. En particular, resolverá lo que los Oankali consideran la fatal combinación humana: inteligencia unida a tendencias jerárquicas.

A partir de esta premisa se suceden aventuras, rebeliones, pueblos donde vive la resistencia, el futuro de los “mezclados” –que a veces solo pueden identificarse por una lengua tentáculo o por ADN. Es una trilogía sobre lo híbrido y sobre preocupaciones ambientales, pero es género puro y duro, escrita para lectores de ciencia ficción con orgullo de su género. Fiel a sus preocupaciones, Octavia E. Butler dijo: “Cuando empecé las novelas quería cambiar a los varones humanos, para que el comportamiento jerárquico dejase de ser un problema”. En la trilogía, como en casi toda la obra de Butler, se exploran los temas de sexualidad, género, raza y especie. También el imperialismo. Butler reconocía que la carrera espacial y la posibilidad de una guerra nuclear la desvelaban, y que un gran disparador de Xenogenesis fue la presidencia de Ronald Reagan y su relación con la URSS.

Otro tema de Butler, como queda claro, es la familia, la reproducción, los lazos de sangre. En Patternmaster (1976), el personaje de Doro está creando una raza “superior” y usa a miembros de su familia para mantenerlos bajo control. Por supuesto, Parentesco e “Hija de sangre” y la relación entre humanos y Oankali también están dentro de esta temática. Ella decía: “Quizá como mujer no puedo evitar la investigación sobre la importancia de la familia y la reproducción. No sé cómo se sienten los hombres respecto a esto. Aunque no tengo esposo e hijos, tengo otra familia, y me parece la más importante de nuestras relaciones. Es una parte tan importante de nuestra identidad. Tampoco tiene por qué ser puramente biológica. No hablo de adopciones sino de otros amigos, por ejemplo, gente que forma parte de tu hogar. Son lazos que pueden sobrevivir a terribles abusos”

En los últimos años de su vida, Octavia E. Butler trabajó en la serie Parable (o Earthseed), que describe la lucha de una comunidad por sobrevivir el colapso político y socioeconómico del siglo XXI motivado por causas ambientales, el egoísmo de las corporaciones y la desigualdad entre ricos y pobres. ¿Suena actual? El primer libro de la serie, Parable of the Sower (1993), presenta a su protagonista adolescente en una California distópica de la dećada del 2020 (la que estamos transitando). Entre su serie Parable, Butler publicó Hija de sangre y otros relatos, esta colección que hoy se distribuye en Argentina, editada originalmente en 1995: en rigor, una recopilación de cuentos de revistas y piezas de no ficción sobre su vida y su forma de trabajo.

UNA MUJER GRANDE Y TÍMIDA

Como afroamericana en un mundo literario dominado por hombres blancos, Octavia E. Butler tuvo muchos rechazos al principio de su carrera. Pero también consiguió un enorme reconocimiento en vida. Ganó los premios más prestigiosos del género como el Nebula y el Hugo. También consiguió el PEN West Lifetime Achievement Award y la beca Genius (“genio”) de la Fundación MacArthur en 1995 (la misma que le dieron a Thomas Pynchon y Susan Sontag). Hasta hoy es la única escritora de ciencia ficción en obtenerlo. Samuel Delany, su maestro, solía contar lo callada que era y lo sorprendente que fue verla crecer después de Parentesco: “Ganó mucha confianza y se convirtió en una oradora extraordinaria. También abría camino en un género donde se podían contar los autores negros con una mano y las autoras con un solo dedo, o dos”. Tananarive Due y su esposo Steven Barnes eran parte de este selecto grupo de autores negros. Due solía decir que las dos vidas de Butler, la pública y la privada, era como vivir en dos mundos. Después de años de viajar por Estados Unidos, Butler se estableció en Seattle: le gustaba la costa del Pacífico, el frío, estar lejos de los grandes centros literarios, la relativa soledad. Pero en los últimos años enfermó y le costaba escribir. Su amigo Steve Barnes asegura que la pasaba mal porque era perfeccionista y la enfurecía no lograr lo que quería. Tenía hipertensión y atravesaba un estado depresivo pero era difícil comunicarse con ella, porque, cuentan, podía ser tan cálida como celosa de su privacidad. Sin embargo, mantuvo su trabajo en el taller de escritores de ciencia ficción de Clarion, adonde ella había concurrido.

Octavia E. Butler murió cuando salía de su casa en Lake Forest Park, el 24 de febrero de 2006, a los 58 años. Hay discrepancias acerca de las causas de su muerte, pero se cree que tuvo un accidente cerebro vascular fatal; también es posible que haya muerto a causa de un derrame causado por el golpe en la cabeza cuando se desvaneció: la calle de su casa era de adoquines. Dejó casi 400 cajas de material inédito a la Biblioteca Huntigton de California que, por ahora, sólo pueden consultar académicos e investigadores: no hay planes de editar sus papeles, que incluyen correspondencia y manuscritos.