El diamante Hope, de 45,52 quilates, es del tamaño de una nuez. No es el mayor del mundo ni el más refinado. De entre los diamantes azules, tampoco es el más grande. Eso sí, ninguna otra gema posee un azul tan intenso, profundo e indescifrable como el que irradia el Hope.
El francés Jean-Baptiste Tavernier, primer propietario conocido del diamante, lo describió como “un beau violet”, un hermoso violeta. Actualmente, la joya gira suave y elegantemente en el interior de una urna de vidrio en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian, en Washington; una lenta rotación que no hace presagiar su agitada existencia.
Mal de ojo
En el siglo XVII, los maharajás y rajás que gobernaban India adoraban engalanarse con joyas y piedras preciosas, haciendo ostentación de su poder. Desde la Antigüedad, India había sido la única fuente conocida de diamantes, y por aquel entonces el mayor mercado de joyas del mundo estaba en Oriente. El diamante Hope era originario de la fértil mina de Kollur, situada en el reino de Golconda, en el centro del subcontinente.
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Rafael BladéLa maldición atribuida al diamante Hope siempre ha fascinado al gran público, y se han escrito decenas de libros sobre el tema. Pero varios historiadores han investigado la leyenda de forma exhaustiva y han detectado muchos personajes y episodios inverosímiles. Desde luego, la alarma siempre es real en sí misma. Aquel año, el Smithsonian recibió numerosas cartas que exhortaban a la institución a rechazar la donación de Winston, por miedo a que cayese una maldición sobre Estados Unidos...
Inconquistable y azul
A lo largo de los siglos, el que hoy se conoce como Hope ha sido tallado y pulido en diversas ocasiones, lo que ha disminuido su tamaño inicial. Pero ha conservado su majestuosa presencia y un fulgor insólito.
Jean-Baptiste Tavernier, comerciante de gemas, sentía predilección por los diamantes. A mediados del siglo XVII realizó seis viajes a India, con todas las penalidades que acarreaba viajar en la época. Años después publicó sus memorias, pero en sus escritos no indica cómo adquirió el diamante azul.
Tavernier se reunió con Luis XIV en el palacio de Versalles y le vendió la piedra azul
Todas las piedras de más de diez quilates halladas en la región de Golconda debían ir a parar a manos del sultán, que empleaba guardas y espías para asegurarse de que ninguna desapareciera. Quien pretendía apropiarse de un diamante podía terminar a latigazos o incluso perder la vida. Puede que el francés consiguiera la gema clandestinamente, a través de un mercader.
En 1668 Tavernier se reunió con Luis XIV en el palacio de Versalles y le vendió la piedra azul, además de otras mil que trajo de India. En la transacción, aquella fue descrita como “un gran diamante azul en forma de corazón, grueso, cortado al estilo indio, con un peso de 112 3/16 quilates”.
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María Pilar Queralt del HierroEl diamante azul desapareció de la historia después del robo de 1792; no habría ninguna evidencia acerca de su recorrido o existencia durante años. Circularon historias que aseguraban que había sido usado por los revolucionarios para sobornar al duque prusiano de Brunswick, que quería tomar París al mando de un ejército y terminar con la Revolución. En tal caso, su hija Carolina podría haber heredado el diamante.
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Por otro lado, uno de los objetivos de Napoleón pocos años después consistiría en recuperar las joyas de la Corona francesa, una cuestión que tenía que ver con el honor de la nación. En 1809 ya había recobrado una buena parte de las joyas, pero le seguirían faltando dos piezas imprescindibles: la insignia de la orden del Toisón de Oro y, con ella, la famosa gema azul.
Los Hope
En 1812 apareció un diamante azul de 44 1/4 quilates en la colección del londinense Daniel Eliason, un rico comerciante de diamantes. Muchos creen que la piedra fue cortada en dos partes, y que la otra, de 13 3/4 quilates, fue subastada en Ginebra a finales del XIX. Según Richard Kurin, rector interino y subsecretario de Museos e Investigación del Instituto Smithsonian y autor de una obra sobre el famoso diamante, en los años veinte y treinta de aquel siglo el diamante de Eliason pudo estar en posesión del rey inglés Jorge IV, marido de Carolina de Brunswick.
Henry Philip Hope, de quien tomó el nombre, pertenecía a una próspera familia de comerciantes y banqueros
Más documentada está la tenencia de la piedra por parte de su siguiente propietario, Henry Philip Hope, de quien tomó el nombre. Pertenecía a una próspera familia de comerciantes y banqueros procedentes de Ámsterdam y establecidos en Londres. En 1851, Henry Thomas Hope, que había heredado el diamante de su tío, lo exhibió en la Exposición Universal de Londres, celebrada en el recién estrenado Crystal Palace.
Henry conservó el diamante hasta su muerte, a los 54 años. En 1901, su nieto, lord Francis Hope, decidió desprenderse del diamante y lo vendió a la empresa joyera Joseph Frankel’s Sons & Co. Poco después los periódicos comenzarían a publicar noticias acerca de la supuesta maldición. Y empezaron también a sucederse una serie de hechos nefastos entre los propietarios del diamante.
El rico comerciante turco Selim Habib lo adquirió y lo vendió en 1909 a un joyero parisino, que lo traspasó enseguida a los hermanos Cartier. Ese mismo año, el buque en el que viajaba Habib se hundió frente a Singapur, y el comerciante se ahogó en un mar infestado de tiburones.
May Yohe, exmujer de lord Francis Hope, creyó realmente que ella formaba parte de la maldición. Achacó su divorcio al diamante, publicó un libro, The Mystery of the Hope Diamond, y lanzó una película muda, Hope Diamond Mystery, en la que ella misma aparecía junto a un joven Boris Karloff.
En la década de 1920, cuando contaba más de cincuenta años, Yohe siguió actuando para mantenerse a sí misma y a su nuevo marido, John Smuts, que estaba inválido. Se instalaron en Nueva Inglaterra y trataron de remodelar una granja en New Hampshire, convirtiéndola en la posada Blue Diamond Inn, pero se incendió y quedó reducida a cenizas. Durante la Gran Depresión, Yohe acabó fregando suelos por 16,50 dólares semanales.
La leyenda de Cartier
Pierre Cartier y sus dos hermanos deseaban levantar un imperio del negocio de joyería que había iniciado su abuelo en París a mediados del siglo XIX. Los Cartier fueron pioneros al introducir nuevos diseños en la joyería, combinando los estilos orientales con el Art Déco. Mantuvieron estrechas relaciones con aristócratas indios y árabes, y conocieron las supersticiones asociadas a las joyas.
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Rafael BladéEvalyn McLean exhibió el diamante con orgullo en todo tipo de eventos, ya que no se creía merecedora de la maldición. Pese a ello, en una ocasión se dirigió junto con una de sus sirvientas a una iglesia de Virginia para que un sacerdote bendijera el diamante.
Todo cambió en 1919. En esa fecha, Vinson, uno de sus tres hijos, de nueve años, jugaba frente a la propiedad de los McLean, cerca de la carretera. El pequeño tomó unos helechos del arcén y echó a correr, con tan mala fortuna que le embistió un Ford que pasaba en aquellos momentos. El automóvil viajaba a muy poca velocidad, pero el niño se golpeó la cabeza contra el suelo y murió a las pocas horas.
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Cristina SáezMedio siglo en calma
Harry Winston adquirió el lote completo en 1949. Durante la siguiente década el diamante fue expuesto en diversos actos benéficos alrededor del mundo. Y, finalmente, en 1958, Winston donó el diamante al Instituto Smithsonian, donde se convirtió de inmediato en la principal atracción.
Hace ya más de sesenta años que la joya reposa en el museo, y aunque siempre se puede especular, no se ha producido ningún hecho relevante que confirme la maldición tras la leyenda. “Hay quienes creen que, de alguna manera, la maldición se halla en el azul profundo del diamante Hope”, dijo Evalyn McLean. Lo cierto es que esa extraña radiación violácea es lo que más ha desorientado a los científicos durante décadas y lo que más ha fascinado a los que alguna vez han podido contemplarla.
Este artículo se publicó en el número 480 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.