“Yo me moriré vendiendo libros”

En una mesa de madera se aprecia un ejemplar de “El amor en los tiempos del cólera”, una primera edición de Oveja Negra cuya tapa blanda se ha descalcificado por pasar de mano en mano. La cubierta, el lomo y la contracubierta desamparan las páginas del libro, que en cuestión de minutos serán aplanadas por una prensa artesanal para encuadernación. Una lima embarra con cola el tronco llano que forman las hojas. “Ya está. Ahora que seque. Porque las primeras ediciones de Gabo vuelan, mano”, exclama Oscar Carbajal, quien cree que se morirá vendiendo libros.

La tienda número 31 del pasaje C de la Cámara Popular de Libreros de Amazonas enrolla hacia arriba sus puertas azulinas de metal toda la semana para exhibir su material a los visitantes de la galería. Oscar Carbajal no se queda en casa ningún día ni en los feriados. “Estoy desesperado porque tengo obligaciones y estoy llorando, mano”, sostiene. A veces su esposa lo acompaña en el puesto cuando no está cuidando a la nieta de ambos. La librería veinticuatrosiete funciona con el sistema pase-elija-pague-lleve. El lector puede incluso chapar una escalera metálica y subirse a ella para chequear las rumas de libros que crecen en las cabezas de los estantes que chocan con el techo blanco de la tienda.

Todos los textos que alberga la librería-refugio son catalogados y enviados a las secciones que les corresponden hasta que algún interesado venga por ellos. Para ubicar más rápido un título, escribe el tema en un diminuto estíquer amarillo y lo pega en el lomo del libro, o a veces apuesta por las anotaciones en la primera página mientras que en la última, como mandamiento, coloca los precios.No vende revistas porque, fundamenta, la gente pone excusas para pagar por encima de una moneda de cinco soles por ese tipo de publicaciones. Él opta por quedarse en lo suyo: los libros. Ofrece material de todas las disciplinas: periodismo, fotografía, literatura, derecho, economía, idiomas, biología, neurociencias, ciencias exactas, textos escolares, etc.

I

Cuando egresó de la Escuela de la Guardia Republicana, Oscar Carabajal empezó a atiborrar de libros los compartimientos de su estante. El objetivo de tener una biblioteca estaba en marcha. “Comencé a recolectar las colecciones que se publicaban semanalmente y se vendían en los quioscos. En mi época, las editoriales vendían en los puestos de periódicos, que era el mejor medio, todo el que leía iba ahí y compraba primero periódicos, era el hábito de lector”, rememora. Sin embargo, la habitación de libros que llegó a poseer, por preocupaciones económicas que necesitaba paliar, acabaría rematándose en la avenida Grau; algunas joyas a precio de ganga.

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La mayoría de los libreros de viejo (término que luego será definido por él mismo) llegaron a vender en la avenida Grau desde inicios de los años ochenta. Él se enteró de la volada y, así, en 1991, su riqueza libresca fue desapareciendo de a poco. Entretanto, algunos vendedores, quienes se hicieron sus amigos, le animaban a que monte su propio negocio en la vereda. “Ellos me propusieron que me incorpore a la asociación, porque algunos conversaban conmigo y yo les explicaba cosas que ellos no conocían. Por ejemplo, venían los clientes queriendo un libro de tal tema y ellos no sabían nada. Entonces yo les instruía en la materia”, asegura Oscar Carbajal, quien mientras narra sus inicios como librero no deja de atender a los lectores que visitan su tienda, ahora en Amazonas, ya no en Grau.

Oscar Carbajal ocupó “las calles ilegalmente” por siete años hasta que Alberto Andrade, entonces alcalde de Lima, propuso reubicar a todos los vendedores para barrer con la informalidad de la ciudad. Él recuerda así ese episodio: “A diferencia de los demás ambulantes, el señor Andrade dio un trato preferencial al sector librero. Fue lo suficientemente inteligente y profesional como alcalde, porque en ningún país del mundo a la cultura, a la educación se le puede erradicar”. Ningún comerciante puso trabas; por el contrario, agradecieron el trato preferencial de la Municipalidad. En 1998, el grupo de vendedores informales, que se había extendido por cinco cuadras de la avenida Grau, aterrizó en el terreno donde se erigiría la Feria de Libreros de Amazonas, otros de los nombres que se le atribuyen a este recinto cultural. Oscar Carabajal llegó allí con una carreta. Nada más.

Hoy su tienda luce amoblada, tablones largos horizontales se aferran a las tres paredes del negocio que ostentan un tapizado de libros en cada una de ellas. Dos anaqueles de fierro están plantados en el medio del salón, dejando un espacio de un metro que permite desplazarse por entre los cuatro pasillos que conforman el local. Hay obras regadas en el suelo de mayólica blanquecina por falta de espacio. Pero cuando se mudó a Amazonas, una “carretita con libros como un carrito sanguchero” era el único bulto que presumía su puesto, el número 31, del cual nunca se ha movido ni se moverá. “Aquí me quedaré firme”, jura.

Una vendedora de bebidas calientes vocifera sus productos por el pasaje. Oscar Carbajal, intempestivamente, corta el diálogo y pide dos cafés. Usa una sola mascarilla, se la quita y le da un sorbo a su bebida, luego coloca el vaso de tecnopor en la mesa pequeña que se ubica al lado izquierdo de la tienda, y donde aún reposa el ejemplar de “El amor en los tiempos del cólera”.

Un joven se le acerca y le pregunta si tiene la novela “Las bóvedas de acero”, de Isaac Asimov. Colocándose la mascarilla, responde: “No, esa no. Tengo los cuentos completos”. No logra convencer al foráneo, cuya sombra se traslada al puesto contiguo. Al rato, una señora, acompañada de una niña, le muestra una lista de libros escolares. De nuevo con la mascarilla abajo del mentón, revisa la hoja. Como él dice, la labor del librero es también ayudar, entonces las orienta y las envía al pasaje donde pueden encontrar los textos que requieren.

—¿Está funcionando esto? —consulta, mirando la grabadora; esta vez la mascarilla le cubre la nariz.

II

En 2003, Oscar Carbajal fue elegido por sus colegas como secretario de Actas del Consejo Directivo de la Cámara Popular de Libreros de Amazonas, que participó en la elaboración de la primera ley del libro que tuvo el Perú. Al respecto, apuntala: “Hemos colaborado, aportado ideas, mediante el presidente Roberto Tantavilca quien estaba en contacto con la entonces congresista Elvira de la Puente, miembro de la Comisión de Educación y Cultura, el grupo que movía esa norma; tanto es así que, en lo que a Promolibro corresponde, los libreros de Amazonas somos el miembro número 13 del Consejo Nacional de Democratización del Libro y de Fomento de la Lectura”. Los libreros de viejo realizaron una actividad en la alameda de la cultura en honor a la labor de Elvira de la Puente por lograr que la ley del libro se apruebe y considere a los libros de segunda mano.

Ese mismo año, el consejo directivo logró traer a Mario Vargas Llosa a Amazonas. El presidente de la asociación contactó a la editorial Alfaguara, que había publicado la novela “El Paraíso en la otra esquina” del laureado escritor peruano. Oscar Carbajal rememora el evento: “Cuando Vargas Llosa llegó a Amazonas para presentar su novela, en mayo del 2003, entró por la parte de atrás del predio, por la canchita de fútbol, que ahora es una cochera; ahí se cuadró el carro que lo traía a él, acompañado de Patricia, Morgana y una representante de su editorial. Yo era el encargado de recibirlo. La primera impresión que él tuvo al descender del auto fue darse cuenta de la gran cantidad de libros y la cantidad de puestos que había en Amazonas, entonces dijo: ‘Esto es un paraíso de los libros’”.

Con los ojos avispados, le da cuerda al relato: “Lo que hicimos no tenía parangón, mano. Vargas Llosa había bajado de su pedestal y traerlo a esta zona, que era peligrosa antes de nuestra llegada, era bajar a Dios a la tierra. Él es causa y efecto, ¿qué dirías si te enteras de que el premio nobel está caminando por las calles del centro de Lima? Traerlo a este lugar, pues, tenía un gran significado, porque nadie se podía imaginar que él descienda a esta feria”.

Leandro “Chano” Ramírez, librero que vende al frente del puesto de Oscar Carbajal, afirma que la visita del premio nobel de literatura fue “lo mejor que hizo la asociación de ese año y que ninguna otra directiva hizo algo superior”. El auditorio, aquella tarde, estaba repleto. Los espectadores estaban de pie lidiando con los fotógrafos para mirar al autor de “La ciudad y los perros”, quien lucía una camisa de cuadros verdes, un pantalón de vestir plomo y una chompa negra.

Al final del evento, el novelista arequipeño autografió los libros de los presentes, se sacó algunas instantáneas con ellos y agradeció a los libreros de Amazonas por invitarlo. Oscar Carbajal no olvida aquel momento: “Gracias a él tuvimos tanta cobertura periodística, por treinta y tantos días la prensa comentaba sobre Vargas Llosa y los libreros de Amazonas. Fue un éxito para nosotros, salimos a flote, nos levantó, nos dio vida.En un día o medio día, dos o tres horas, hizo lo que nosotros no hubiéramos podido hacer posiblemente en años. Por eso, Mario Vargas Llosa siempre tiene un reconocimiento de parte nuestra”. En agradecimiento al espaldarazo que les dio, la directiva acordó que el lema de la feria sea la frase que el escritor peruano soltó al pisar Amazonas: “El paraíso de los libros”.

Aquel año la directiva no se cansó de organizar eventos culturales. “Trajimos a Sergio Vilela, el autor de “El cadete Vargas Llosa”, al periodista Umberto Jara y a un variado grupo de escritores peruanos que presentaron sus obras. Estuvo por aquí también Gisela Valcárcel, Frieda Holler y la escritora española Rosa Montero”, sentencia. En la actualidad, debido a la emergencia sanitaria por la covid-19, las actividades literarias en Amazonas se han visto interrumpidas. No obstante, el librero sostiene que hoy en día “los consejos directivos han decaído en su labor dirigencial de traer escritores. Ellos no han continuado con la política cultural que nosotros desarrollamos en 2003 cuando traíamos a escritores reconocidos”.

“Yo me moriré vendiendo libros”

Oscar Carbajal, de 71 años, deja a la grabadora tirando cintura ante el llamado de un vendedor de libros que le ofrece una colección de literatura peruana de “El Comercio” y algunos textos sueltos.

—Pero ¿tienes ahí de Arguedas, “Todas las sangres” y “Los ríos profundos”? —pregunta el librero poniéndose de pie y acomodándose los anteojos que se empañan con el vaho que se filtra por la mascarilla quirúrgica.

—No lo sé, fíjese —contesta Martín Headrington, quien va sacando los títulos de un cochecito de compras—. ¿Y cuánto me das por libro?

—Si están los de Arguedas, te la compro —asegura el librero mirando a Headrington y mostrándole cuatro dedos de su mano derecha—. Yo soy el que paga la que es por aquí. Ándate más allá para que veas cómo te basurean por libro.

Oscar Carbajal se encarga de desvestir algunos libros para comprobar el estado en el que se encuentran; es decir, les quita los chalecos y, en algunos casos, los forros de plástico que los protegen de la violencia del tiempo. Solo halla “Todas las sangres”, mas no “Los ríos profundos”. A la colección le falta un tomo, situación que deviene en una discusión con el vendedor y que se prolonga por unos minutos. Se niega a comprar el material porque argumenta que los dos títulos de Arguedas son los primeros que salen y le permiten recuperar su inversión. “Hasta treinta lucas me pagan por cualquiera de los de Arguedas, esos vuelan, los demás se empolvan; además, de esos ya tengo varios”, imparte.

Luego de un intercambio de gestos, palabras y billetes, Headrington se esfuma de la tienda con sus hijos y el coche que guarda unos diccionarios enciclopédicos Sopena que nadie le quiere comprar. “Iré por ahí a colocarlos”, dice de espaldas, pasándose a otro puesto. Mientras tanto, el librero acomoda la adquisición a un lado de su mesa de trabajo, y luego, con la boca haciéndosele agua, le pide dos sánguches con lomo saltado y dos tazas con chocolate caliente a otra vendedora que camina por el callejón.

—¿En qué estábamos? —me pregunta, masticando su pan.

—¿Por qué dejó de ser secretario de Actas?

—No se puede trabajar —eleva la voz, se detiene un rato para tratar de enfriar el chocolate caliente a punta de soplidos—. Continúa: El tener ideas en esta asociación no es deseable. El consejo directivo del 2003 hizo conocido a Amazonas. Incluso, dejamos en camino un proyecto con una ONG que iba a recaudar un millón de dólares fuera del país para comprar el terreno a favor de la asociación, pero los consejos siguientes mandaron al tacho el proyecto. Son unos cagones de mierda. Con la compra del terreno, luego se tenía pensado recaudar dinero para la construcción.

III

Casi cuatro años, Oscar Carbajal estuvo recorriendo el Perú para organizar ferias de libro. Pisó Cajamarca, Huancayo, Sullana, Piura, Andahuaylas, Abancay, entre otras ciudades. Producto de esa experiencia, enuncia: “Existen lectores en las provincias”. Él ya no organiza encuentros libro-lector fuera de la capital desde hace ocho años. En Lima solo se limita a intervenir como vendedor de libros. Como asociación, Amazonas ya no organiza ferias al interior del país. Ahora, los socios, por su cuenta, se encargan de realizarlas.

“La lectura para el librero es sinonimia de educación”, señala. Después de darle de nuevo unas mordidas a su pan con lomo, afirma que la lectura en los escolares es beneficiosa no solo para prepararlos en temas educativos, sino para que construyan una mejor sociedad que se comprometa con el progreso y el desarrollo. “Por eso, debe reforzarse el plan lector”, añade. Luego de otra mordida, arroja algo que le fastidia: “Condeno que muchos de los textos escolares que se leen sean de literatura extranjera, de realidades distintas a la nuestra. Se trata de favorecer a las editoriales extranjeras, y no a las editoriales peruanas que publican autores nacionales”.

Los focos que alumbran los callejones de la galería empiezan a encenderse y algunos comerciantes proceden a guardar su mercancía: rompecabezas, juegos de mesa, maquetas, pósteres, discos, estuches de vídeos, etc., y, por supuesto, libros de todas las especialidades. Aunque, en los últimos años, la comercialización de libros piratas invade, a pasos agigantados, Amazonas, Oscar Carbajal dice que los comerciantes de libros fotocopiados deben explicar por qué se dedican a ello. Subraya: “Yo no vendo réplicas, empero entiendo que muchas personas, sobre todo universitarios o colegiales recurran a las copias por un tema de recursos, además que en esas etapas se lee mucho y no se cuenta con tanto presupuesto para comprar libros”.

Son las seis de la tarde, pero la gente sigue movilizándose en el paraíso de los libros.

—A las ocho me voy para mi casa —avisa el librero mientras yo le pido detener un rato la conversación porque me urge saldar cuentas con mi vejiga.

Al retornar a la tienda, de lejos, veo que Oscar Carbajal dialoga con un foráneo. A unos cuantos metros, me percato que lo instruye y lo despacha hacia otro pasaje. Logro escuchar que dice: “Ahí pregunta si lo tienen”. Nos volvemos a sentar con una distancia prudente, cada uno en un banco y los libros en silencio y siendo testigos de la charla. Mi Redmi Note 9 todavía tiene batería para grabar lo que queda de la conversación.

El librero responsabiliza a todos los gobiernos de que peruanas y peruanos no practiquen el hábito de lectura. “Si el Estado no promueve, la gente no lee”, siempre les repite esa frase a sus visitantes. Refuerza esta premisa diciendo que “las bibliotecas municipales han ido desapareciendo” y que “los colegios públicos no cuentan con bibliotecas”. Recuerda que hace años lo visitó en su puesto un bibliotecólogo que trabajaba en la Universidad de Texas y le dijo que “la biblioteca de su casa de estudios era inmensa y, tranquilamente, superaba la cantidad de libros que tiene la Biblioteca Nacional del Perú”.

En el Día Mundial del Libro se publicó en el diario “Gestión” una encuesta hecha por Lluvia Editores que señalaba que los peruanos leen, en promedio, medio libro al año per cápita y apenas un 3 % posee una biblioteca familiar. Con el recorte periodístico en la mano, Oscar Carbajal se despacha a sus anchas: “Esa encuesta es una radiografía de la realidad. Fijémonos en las pruebas PISA. ¿Qué han hecho los ministros de Educación? Pagamos ministros, viceministros, asesores, secretarias y todavía no hemos llegado a la dirección encargada de promover la lectura. Dime cuánto gastas antes de haber empezado a solucionar el problema. Se gasta arriba sin querer mirar al problema que está abajo”.

—Entonces, ¿cuál es la solución? —indago.

—Que el Estado promueva el libro y, con ello, la lectura, que se olvide de las burocracias —responde el librero limpiando las lunas de sus anteojos—. La lectura no prepara gente indeseable, prepara gente de bien. Si uno no lee, nunca será alguien de bien.

IV

“Un librero es, ante todo, un lector”, recalca Oscar Carbajal, quien a los 24 años empezó a cumplir el sueño de todo lector: armar su propia biblioteca. Recuerda que con 10 calendarios acumulados leyó su primer libro, una novela del oeste llamada “Río perdido”, del autor norteamericano Zane Grey, creador del género wéstern. No olvida que a su “mamá le gustaba este género, y que ella había comprado esa novela. Un día la leí y me gustó”. Ella leía a Corín Tellado, a Marcial Lafuente Estefanía y la famosa revista ‘Selecciones’ del “Reader’s Digest”, además de ser la única persona que leía en la familia e inspirar a su hijo.

Oscar Carbajal prefiere los libros que tengan que ver con la literatura y la sociología. Le apasiona leer algunos premios nobel de literatura. Entre sus autores predilectos se encuentran el norteamericano John Steinbeck, de quien ha leído “doce a trece novelas” y a quien conoció cuando salió de la Escuela de la Guardia Republicana. “Comencé leyendo “La perla” por intuición”, dice mientras extrae de un cajón un ejemplar de “Of Mice and Men”, quinta novela de Steinbeck cuyo título en español es “De ratones y hombres”. Esta obra la compró por pura fascinación y, a su juicio, “es pura dinamita a pesar de sus 118 páginas”.

Su hinchaje por este autor, explica, se consolida cuando releyó “Al este del Edén”, una novela de 627 carillas que goza de “solidez y estructura, porque es una novela de tres generaciones”. Los elogios o reconocimientos salen de su boca: “Las novelas de Steinbeck son sociológicas antes que psicológicas, porque, primero, narran el papel de los personajes dentro de un grupo social, luego abordan la conducta de cada uno de los personajes. En ambos casos Steinbeck es extraordinario y, por eso, es uno de mis escritores favoritos”.

Pär Lagerkvist, también premio nobel de literatura, es otro de los autores de cabecera del librero quien aclara que “a diferencia de Steinbeck, Lagerkvist es un monstruo desde el punto de vista filosófico”. De este escritor sueco destaca “El verdugo”. Rememora una escena de la novela: “Al verdugo, protagonista de la obra, le preguntan cuándo su espada dejará de mancharse de sangre y él responde: ‘cuando la humanidad haya desaparecido’”. Esta frase, según él, significa que “mientras exista un hombre, siempre habrá alguien a quien castigar”.

Su apasionamiento por este narrador es inagotable. Se sabe de memoria algunos pasajes de “La eterna sonrisa”, cuento donde todos los personajes son almas que habitan en el cielo y cuestionan a Dios por haberles dado una vida sin sentido. Reconstruye una frase de esta obra: “No somos más que vacas gordas que pastamos hasta el atardecer dejando nuestra mierda como abono para próximas generaciones”. Y prosigue haciendo ademanes con las manos: “Esta cita es lapidaria, porque no dejamos ni mierda generación tras generación. Por ello, Lagerkvist es un autor sociológico-filosófico, su literatura es filosofía en sociedad”.

—Te podría seguir recomendado autores toda la noche, hermano —dice Oscar Carbajal quien se detiene un rato para calmar “la seca”, está sediento y su botella de agua Cielo paga las consecuencias—. Otro premio nobel: William Golding, quien decía en vida que el hombre está en una constante lucha entre el bien y el mal, donde el mal siempre triunfa. Ahí está su obra cumbre “El señor de las moscas”, donde todos los personajes son niños, no hay un solo adulto. Quien lea ese libro se quedará con la boca abierta al descubrir por qué existe tanta maldad en la humanidad.

A Oscar Carbajal le dolió despedirse de los libros de estos premios nobel de literatura cuando se fueron con la biblioteca personal que vendió a inicios de los noventa.

—¿Cómo se sintió al desprenderse de sus tesoros?

—¿A quién le agrada desprenderse de sus libros? A nadie. No salvé ningún ejemplar, aunque a veces me encuentro con algunos de ellos, la vez pasada me cayeron cuatro libros que fueron míos.

—¿Cómo los identificó?

—Todos los libros de mi biblioteca tenían mi sello de guardia. Me vendieron esos libros sin saber que fueron míos. Esa es la vuelta que dan los libros.

V

Si existen diferencias entre la persona que lee y la que no lee, también existen diferencias entre un vendedor de libros y un librero. Ambas son ocupaciones dignas, aunque en el caso del segundo se exigen ciertas licencias. “En Europa, por ejemplo, el librero conoce lenguas muertas, como el griego, el latín o el persa antiguo, habla tres idiomas como mínimo, fuera del propio. Eso es una certificación y obliga a reconocerlo como tal”, sostiene Oscar Carbajal.

Sin tararear, añade: “De los 202 socios que hay en Amazonas, exagerando, solo 10 somos libreros, el resto son vendedores de libros. Al final, tanto ellos como nosotros somos negociantes, mas ellos no la viven, no han sido ganados por el libro”. La satisfacción de ser librero en el Perú tampoco es gigante. Mejor que nadie, esboza esta realidad que vive en carne propia: “A la hora que vendes un libro, la gente te pide rebajas, pitea; a pesar de tu conocimiento, tu preparación, eso no se toma en cuenta, aquí no hay reconocimiento”. Sin embargo, le queda un consuelo que revela con entusiasmo: “Esta es una vida dedicada al conocimiento, a la cultura, a lo que el libro puede ser y ha sido siempre: un instrumento de conocimiento. Ser librero significa ser un agente de cambio”.

Juan Díaz Calixto, dueño de la tienda Exlibris, ubicada en el pasaje B, número 2, coincide con su colega en que son contaditos los libreros en Amazonas: “A lo mucho, seis seremos libreros aquí, los demás son solo vendedores de libros, a ellos nunca los verás leyendo un libro”. Sobre Oscar Carbajal destaca: “Es uno de los que más sabe y de los que más lee. Él, al igual que yo, es uno de los fundadores de Amazonas. Nosotros vinimos de Grau”.

En el 2003, el expresidente Alejandro Toledo promulgó la Ley de Democratización del Libro y de Fomento de Lectura, donde se define al libro de viejo como “el libro usado puesto nuevamente en circulación comercial”. Oscar Carbajal reconoce la mencionada definición e ilustra su uso en el mundo libresco: “La librería me vende un libro, que está sellado, nuevecito, desde el momento en que me lo entrega, automáticamente, como señala la ley, pasa a ser libro de viejo si es que sale a la venta sin importar su estado de conservación”.

De paso, esclarece que no debe confundirse el término “libro de viejo” con los “libros incunables”, que son textos aparecidos durante o antes del siglo XV cuando recién se inventaba la imprenta. “Es imposible vender un libro incunable, claro que los hay, pero en muestras, exhibiciones, museos; un libro así se estaría cotizando por encima de un millón de dólares. Si hubiera vendido uno, sería millonario y no estaría aquí en Amazonas”, bromea mientras trata de ubicar la palabra “incunable” en un diccionario. Él recuerda que nunca ha vendido libros de ese tiempo, pero sí algunos del siglo XIX.

—He vendido libros de 1800 hacia adelante—dice, devolviendo el diccionario a su lugar de origen: una caja de madera donde deposita sus libros más valiosos, ahí también descansa “Of Mice and Men”, de Steinbeck—. A un amigo le regalé los tres tomos de “El Quijote”, de 1892, que hasta ahora para mí es la mejor edición que he visto, hecha por la editorial francesa Garnier Hermanos. A pesar de estar apolillada, él se la llevó gustoso por la calidad y por la edición, porque él que tiene varias ediciones de ese libro dice que ninguna se compara a la que yo le obsequié.

Como última reflexión sobre los términos que se usan en el argot libresco, escuelea: “‘Libro de viejo’ está de acuerdo con la ley y ‘libro de segunda mano’ o ‘libro usado’ surgen del lenguaje cotidiano, no son definiciones ofensivas desde ningún punto de vista; lo que interesa es diferenciar si quien los vende es un librero o un vendedor de libros”. Luego de esta intervención, se distancia de la grabadora para atender a un estudiante universitario que pregunta por algunos libros de psicología de Daniel Goleman y otros de neurociencia. Da media vuelta y mira sin distracciones el compartimiento de un estante metálico donde abundan títulos de las disciplinas solicitadas. Se acerca a ellos, les mete mano, los saca, abre las tapas, primera, segunda hoja, ojos encendidos que después se achinan, devuelve los textos a su sitio en el mismo orden que los encontró.

—Lo siento, tengo otros libros del autor que estás buscando, y de neurociencia, nada. Tuve uno, ya no me ha vuelto a caer más de esos.

Antes de tratar de desaparecer, el joven le agradece por las molestias ocasionadas. Luego desvía su mirada hacia unos libros de literatura peruana que reposan en un estante de madera que se ubica al lado izquierdo del puesto.

—Si deseas, pasa a la tienda y revisa. Quizá en ese lugar haya algo que te interese, navega, el precio se conversa al final.

VI

Al igual que el espacio que conecta la entrada con los pasajes, la parte del fondo de la galería está descubierta, desde la tienda de número 31 se ve cómo por ese enorme agujero, que deja sin protección algunas carretas, la oscuridad se apodera de Lima. Se escuchan adioses y coordinaciones para el día siguiente en los pasillos. Un vendedor de otra tienda pasa por el puesto quejándose de la poca venta de la jornada. La señora del chocolate caliente promete regresar mañana. “Yo de todas maneras estoy aquí mañana, pasado mañana y hasta donde el cuerpo rinda”, tantea Oscar Carbajal.

El reloj de mi celular marca las 19:00. Faltan cuatro horas para el toque de queda que en esta ciudad no se respeta ni por error. “A las ocho cierro”, les comunica Oscar Carbajal a sus compinches. En el pasaje C, algunos asociados charlan desde sus locales, no todos han cerrado sus puertas, porque, aunque ya es tardecito y el frío hace tiritar cuerpos, aún hay un puñado de lectores que se esparce por los pasillos, consultando y metiéndose a los puestos a revisar libros y revistas.

—La gente acude a los libreros de viejo porque somos la mejor oferta desde el punto de vista económico —asevera, retomando la conversación y dirigiendo sus palabras hacia la grabadora—. Acá se congrega un público diverso, desde quienes vienen para cumplir con una tarea de escuela o universidad; otros ya son lectores por hábito. A mí me convienen los primeros porque de todas maneras me comprarán cualquier libro que tenga el tema que busca.

En Amazonas son pocos los negociantes que colocan libros de todas las especialidades. Según la tesis “Hacia una sociología del libro y la lectura en el Perú: consumo cultural y distinción social en la Feria de Libros Amazonas”, del sociólogo Rodrigo Canelo, la gente prefiere adquirir libros de literatura en general y poesía, las otras temáticas no gozan de tanta demanda, aunque sí hay libreros que se dedican de lleno a la venta de ciertas materias, sobre todo de medicina, derecho, economía e idiomas; las otras si están a la deriva.

—Vendo de todo; hay de todo, pero despacho más literatura —responde Oscar Carbajal, luego de levantarle el dedo pulgar a un amigo que se despidió de él—. La gente me pide más novelas. Los lectores de novelas son viciosos y exigentes porque esos toda su vida van a comprar libros.

VII

La pandemia del nuevo coronavirus ha golpeado a todos los sectores que sostienen la economía del país, aunque hoy algunos se recuperan con cierta celeridad, pues juegan un rol importante en la vida de la gente. Los libros no son tan vitales para la ciudadanía, como lo han demostrado los estudios o las estadísticas. La poca afluencia de visitantes a Amazonas es una de las preocupaciones de Oscar Carbajal, quien asegura que, por la crisis económica actual, “la gente no gasta, ahorra”.

Debido a la cuarentena obligatoria, el 16 de marzo del año pasado, los comerciantes de Amazonas abandonaron sus locales y se mantuvieron en la incertidumbre sin saber cuándo volverían a ellos, lo mismo sucedía con las librerías de todo el país. Para mayo, el Gobierno autorizó solo para Lima la venta de libros por delíveri a las librerías que cumplan con los protocolos que aprobaron las autoridades sanitarias. Oscar Carbajal vio en este anuncio la oportunidad de trabajar desde casa, ofreciendo sus libros por WhatsApp, a través de estados o mensajes a sus contactos.

—Tenía que recursearme y vendí repartiendo mis libros a domicilio —revela el librero de cabellera blanca, casi dos metros de estatura y vientre liso, siempre vistiendo una camisa a cuadros o a rayas—. Ahora tengo que desahuevarme y empezar a vender por internet, porque sí se vende, sale algo. Estoy cagado porque no sé cómo se usan las redes sociales, pero tengo que aprender.

Luego de más de cuatro meses, el 18 de julio, la Cámara Popular de Libreros de Amazonas reabrió sus puertas. Algunos libreros optaron por quedarse en casa por temor a infectarse del virus, otros estuvieron en la galería desde las diez de la mañana, hora en que se permitió el ingreso del público. Oscar Carbajal no dudó en volver con las pilas recargadas a su negocio, aunque sabía que la situación no era favorable: la primera ola recién terminaba y ya se hablaba de una posible segunda ola, que podría ser más agresiva.

Y así fue. En enero de este año los hospitales volvieron a colapsar, las camas uci de nuevo se agotaron y la gente siguió muriendo por culpa de la nueva variante delta. Como medida de prevención, el Gobierno de transición, encabezado por Francisco Sagasti, mandó otra vez a la ciudadanía a sus casas. La segunda cuarentena focalizada, por todo febrero, no fue del agrado de limeñas y limeños, sobre todo de los comerciantes de Amazonas, que continuaban tratando de recuperarse de los embates de la primera ola.

Aun retornando los libreros de la alameda de la cultura a sus negocios a inicios de marzo, el mercado libresco se mantendría inestable. Cuando el domingo 11 de abril se conocieron los dos candidatos presidenciales que pasaron a la segunda vuelta electoral, la venta pagó el pato conforme pasaban días y semanas.

—Nuestro mercado es sensible a la cuestión política, económica —indica Oscar Carbajal, mostrando la portada de un diario cuya primera plana alerta de la subida de precios de los productos de la canasta básica familiar—. Cuando se disparan los costos, lo primero que la gente hace es no pensar en comprar libros, o hasta preferirían comprar celulares. El libro es importante, mas se deja de lado por otras prioridades. Esa es la debilidad de nuestro mercado.

A pesar de ello, Amazonas continúa siendo, asegura, una de las mejores opciones para el público que no puede acceder a un libro nuevo.

“No se puede obligar a nadie a comprar un texto sellado en una librería, supongamos, en setenta soles, si aquí lo puedes encontrar a mitad de precio, así sea usado. Lo ideal es que el individuo decida, esa es la política en una democracia”, estriba el librero, mostrándome el precio que figura en la última página de un libro que tiene a la mano: “La generación del 50. En la literatura peruana del siglo XX”. Los montos de sus libros oscilan, comúnmente, entre los diez a cuarenta soles. Depende del autor y la edición, para que una obra se valorice por encima de los cincuenta soles.

VIII

La Biblioteca Nacional, en su sitio web, dispone de muchos libros digitalizados y audiolibros, pero muchas personas que viven en zonas aisladas, donde es imposible conectarse a internet, no pueden acceder al mencionado servicio. Asimismo, el Sistema Nacional de Bibliotecas no logra cubrir toda la demanda del libro en distintos puntos del Perú. Oscar Carbajal conoce de estas experiencias, gracias a los lectores de provincia que han visitado su tienda.

—Aunque no parezca, la gente que vive al interior del país, a través de familiares que residen en Lima, hacen las compras de sus libros —confiesa—. Amazonas tiene cobertura a nivel nacional, no es jactancia, sino una verdad absoluta. Nosotros los libreros de viejo cubrimos la demanda de libros en todo el país, bajo el mecanismo que el lector aprovecha la estadía de los familiares en la capital para abastecerse de lecturas.

Por un tema etario, Oscar Carbajal ya no sale a cazar su mercadería. Admite que extraña sentir ese filin de bucear en los mares de libros que se forman, a veces, en las cachinas de La Parada o Tacora. Resalta: “Es interesante salir porque piensas qué putas voy a encontrar, de repente chapas joyas. No un incunable, pero algo similar. Ese es el morbo. Puede ser que también encuentres basura y salgas renegando y maldiciendo a todo el mundo”.

En estos tiempos pandémicos son muchas las personas que vienen rematando sus libros en Amazonas; se desprenden de ellos por apuros económicos. “De vez en cuando algún familiar te vende la biblioteca del quien fuera el lector de la familia y te piden que vayas a la casa a cotizar las obras, a chequear”, detalla.

—Ahora, mi hijo sale a comprar por mí —dice Oscar Carvajal, viendo llegar a su retoño con una caja en brazos y una mochila en la espalda—. Justo es él que viene ahí.

Amazonas, bautizada como la alameda de la cultura o el paraíso de los libros, salta de boca en boca de los lectores como el punto clave para conseguir títulos que resultan, en muchas ocasiones, inhallables en las librerías fichas o de centros comerciales de Lima. Otro factor: aquí el cliente puede negociar el precio de los libros con el comerciante. Así, con el tiempo, nacen y se fortalecen amistades entre el lector-comprador y el librero-vendedor.

Pero Amazonas no solo ofrece libros de todas las disciplinas y para todas las edades. Algunos de sus asociados despachan objetos que están vinculados al libro, como separadores, lapiceros, lápices, pósits, cuadernos que permiten llevar un control de lectura, revistas descatalogadas, pósteres, hasta discos de vinilo o cintas en VHS. Por ejemplo, al fondo del pasaje C se ubica la tienda del joven Leoncio Suárez, quien se dedica a refilar libros cuyos bordes están amarillentos o impuros.

—Amazonas es más completo que otros lugares, porque no solo vendemos libros, sino cosas afines a él —señala el librero de viejo, estirando las piernas tras permanecer un largo rato en la banca que, luego, arrimará a una esquina cuando toque cerrar la tienda—. Lo que se vende aquí está contemplado en nuestro estatuto.

Oscar Carbajal afirma que ha logrado identificar a los lectores de Grau en los pasillos de Amazonas. Se explaya: “Ellos vinieron siguiéndonos como sabuesos. En Grau había cazadores de libros, y ellos no nos abandonaron, hasta ahorita siguen. Ellos se morirán comprando libros”.

—¿Y usted cómo morirá? —consulto, poniéndome de pie y entregándole un billete azulito por la compra que hice: los dos tomos de “Último round”, de Julio Cortázar, en la edición de bolsillo de Siglo XXI, a veinticinco soles.

—Yo me moriré vendiendo libros —reafirma el librero de viejo Oscar Carbajal Tineo, bajando la palanca de electricidad del que ha sido su puesto por más de veinte años, el número 31, del pasaje C de la Cámara Popular de Libreros de Amazonas—. Mañana es un nuevo día de ventas, ojalá venga la gente a comprar y a charlar. Aquí está tu vuelto, mano.

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