La fiebre de empeñar oro

Un hombre rebusca en su pantalón vaquero y saca una bolsa de plástico. De la bolsa extrae una pulsera de oro, que coloca sobre el mostrador. El tasador la coge, la pesa, la mira con una lupa, utiliza una piedra de toque y algunos productos químicos, consulta el ordenador y la valora: “Serían unos 600 euros”.La fiebre de empeñar oro La fiebre de empeñar oro

Hablar del Monte de Piedad (Plaza de Celenque, 2) puede retrotraernos a la España en blanco y negro o a alguna canción de la tuna, pero el Monte de Piedad es una institución de plena actualidad. De hecho, cada mañana se llena de gente que, en un momento de necesidad, viene a empeñar sus joyas, metales preciosos o relojes. El año pasado obtuvo un beneficio de 12,5 millones de euros y está previsto que, en primavera, abra una segunda oficina en una ciudad de la Comunidad de Madrid. La crisis, claro, tiene mucho que ver. La última subasta se celebró el pasado miércoles: fue una buena oportunidad para conseguir alguno de estos artículos exclusivos a muy buen precio.

“Aunque a nadie le avergüenza pedir un crédito en un banco, todavía existe cierto miedo al estigma social que puede suponer venir a una casa de empeños”, dice el director Santiago Gil, “pero queremos que se vea como algo normal”. Aquí el dinero contante y sonante se consigue en el acto, sin todos los farragosos trámites bancarios, además, por lo general, el que empeña suele recuperar lo empeñado: se disponen de 15 meses para ello y, al final, solo un 4% de lo que pasa por aquí llega a subasta. “La gente tiene mucho aprecio a sus joyas y pelea por recuperarlas”, cuenta Gil, “lo ven como una opción financiera para un momento puntual de necesidad de liquidez”.

El Monte cobra unos intereses de entre el 5 y el 8,25%, dependiendo del valor de la prenda. “Debido al bajo interés, y a los fines sociales y solidarios que perseguimos, los réditos económicos generan un doble beneficio”, afirma el director, “lo consideramos un préstamo social”.

La fiebre de empeñar oro

Además, después de cubrir los gastos, lo que se obtiene en la subasta también va para el cliente, lo que suele dar alguna alegría suplementaria. Muchos usuarios acuden con frecuencia y, como desea el director, lo ven con total normalidad.

Es el caso de Juana Iglesias, que hoy ha venido a recuperar sus 18 joyas. “Vengo desde hace seis años cuando necesito dinero, por ejemplo, para realizar alguna obra”, dice. “Me da más seguridad que otras casas de empeño y compro oro que hay por ahí”.

El miércoles pasado el Monte de Piedad cumplió 312 años. Es el más antiguo de España. Fue fundado por el sacerdote aragonés Francisco Piquer en 1702 con el objetivo de luchar contra la usura (la Iglesia la condenaba) y atender a los más necesitados. A partir de esta institución, en 1836, nació Caja Madrid. Sin embargo, tras la reciente disolución de la caja, el Monte ya no tiene relación con ninguna entidad financiera, ni siquiera con Bankia. Es parte de la Fundación Montemadrid, heredera de la obra social de la caja, y con sus beneficios se financian, entre otros fines sociales, el apoyo a ONG o el centro cultural La Casa Encendida. Precisamente su edificio de Ronda de Valencia era una oficina en la que se empeñaban en el pasado muebles, ropa y otros enseres.

Por aquí se ve de todo: hay un grueso colgante de oro con la efigie del Camarón de la Isla (un empleado aficionado al flamenco bromea: “Solo por ser de Camarón tendría que valer más”) y nos hablan de tiaras, bañeras bautismales de plata o soperas de oro. “El 80% de las piezas son oro, luego hay diamantes y piedras preciosas, zafiros, rubíes”, explica María Pérez, coordinadora de tasación, que cuenta en su equipo con 11 tasadores. “Lo que más nos gusta son las piezas con valor histórico”, continúa, “algo que también valoramos, aunque aparecen pocas porque están en manos de pocas familias”.

Las valoraciones cambian con las fluctuaciones del precio del oro y las piedras preciosas en bolsa. Todos los tasadores están formados en gemología y son expertos en diamantes.

Hubo un tiempo, hasta los años ochenta, en el que además de joyas y similares en el Monte de Piedad se podía empeñar de todo. De hecho, en los sótanos, cerca de la sala donde un robot va almacenando las cajitas amarillentas donde se guardan las piezas empeñadas, conservan una sección de lo que llaman “hallazgos”. Una manta, una vieja máquina de coser, una guitarra con las cuerdas rotas, una tele ochentera, un magnetofón, una caja registradora y muchos libros. Un pequeño y pintoresco tesoro de otros tiempos. Cuentan por aquí la anécdota de que durante la Guerra Civil estos sótanos también servían de refugio durante los bombardeos. Y nunca nadie robó nada.

El Monte de Piedad es más popular entre personas de edad media y avanzada, aunque a partir de la crisis se han incorporado profesionales liberales, autónomos y pequeños empresarios. Tienen 60.000 clientes y hacen 150.000 operaciones al año, con un préstamo medio de 640 euros.”"Hay personas que lo saben utilizar muy bien”, dice el director. “Los más viejos del lugar suelen repetir: ‘anda que no hay licenciados gracias al Monte’, en referencia a las madres que en época de matrícula venían buscando dinero para pagar la universidad de sus hijos y luego lo recuperaban”. En Latinoamérica hay más cultura de utilizar el Monte de Piedad (el modelo madrileño fue el que se exportó al otro lado del charco), así que con la marcha de la emigración el porcentaje de extranjeros ha caído de un 40 a un 20%.

Pero los clientes son aún diversos e incluso se generan entrañables historias muy propias de la época navideña. Por ejemplo, una monja que prefiere no dar su nombre ha empeñado las joyas de su familia y las quiere vender cuanto antes, sin esperas. Destinará lo obtenido a los cuidados de su hermana nonagenaria y a sostener los comedores sociales que su congregación tiene en Camerún.