Bienvenidos a las casas de muñecas de Carmen Mazarrasa, la artista madrileña que ha demostrado que, cuando hay talento, el tamaño no importa

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Además de un ejercicio sobre los lugares felices —tan oportuno este año, centenario de la muerte de Proust—, estas casas de muñecas prueban que si el talento acompaña, el tamaño no importa.

Por Paloma SimónBienvenidos a las casas de muñecas de Carmen Mazarrasa, la artista madrileña que ha demostrado que, cuando hay talento, el tamaño no importa Bienvenidos a las casas de muñecas de Carmen Mazarrasa, la artista madrileña que ha demostrado que, cuando hay talento, el tamaño no importa

"Siempre que mis amigos y yo pasábamos por debajo nos preguntábamos: ‘¿Quién será el cabrón que vive en esa casa?”, recuerda Carmen Mazarrasa (Madrid, 41 años) ante una reproducción en miniatura de la cocina de la conocida popularmente como Villa Chiquinho, el ático en el barrio de Chueca (Madrid) que ocuparon durante varios años el diseñador, editor y selector musical Paco Pintón y el “diletante” —tal y como se definió en el reportaje que les dedicó la web especializada en interiores peculiares The Selby— Chiquinho. “Subí por primera vez cuando tenía 19 años. Ahí he vivido, fiesteado, disfrutado, y esta obra recoge un momento en concreto, el de estar de after y ver salir el sol desde esa estancia”, continúa Mazarrasa ante la pieza en cuestión. “Para muchos, Villa Chiquinho es un espacio mítico de la vida social madrileña, pero para mí tiene fuertes connotaciones sentimentales. Es uno de esos lugares ‘don- de fuimos felices’, y esa es la sensación que he querido recuperar, la de los momentos de la vida que se han evaporado”, reflexiona la artista, que ni pinta ni esculpe, o más bien hace todo eso y más en un soporte tan original como insólito: la casa de muñecas.

Una de ellas protagonizó la muestra Paraísos perdidos —título proustiano de lo más acertado— que expuso recientemente en Madrid. Una serie que constaba de la casa de muñecas que le regalaron cuando tenía seis años y en la que ha estado trabajando prácticamente hasta ahora, y otros tres espacios que habrían hecho las delicias del autor de En busca del tiempo perdido. En particular, el que imita el dormitorio de Mazarrasa “cuando mi hija era pequeña”, explica ante una instalación que captura la luz de aquel apartamento y sus vistas, y en cuya mesilla de noche descansa un frasco del perfume que usaba entonces: Eau de Orange Verte de Hermès. Diseñadora y orfebre de formación, esta artista que llegó a tener su firma de alhajas y a colaborar con la histórica joyería Grassy no deja detalle al azar ni pierde oportunidad de mostrar su virtuosismo. Del biombo de seda confeccionado con la tela bordada de un cojín a las alfombras de petit point, los cuadros o las cerámicas, todo hecho a mano “a partir de muebles y cositas que tengo”, apunta.

Bienvenidos a las casas de muñecas de Carmen Mazarrasa, la artista madrileña que ha demostrado que, cuando hay talento, el tamaño no importa

Aunque se remonta a su infancia, no fue hasta 2019 cuando, tras aparcar su trabajo como consultora para una gran firma de joyas española y mudarse a la granja familiar en el sur de España —donde producen aceite y jamón—, Mazarrasa se entregó a su vocación. Con la pandemia, lo que en principio iba a ser un año sabático se convirtió en casi tres, y en la ocasión perfecta paradedicarse a sus réplicas a escala de muebles y objetos que empezó a compartir en su Instagram, @casa_mazarrasa. Gracias a las redes, su trabajo ha llamado la atención de The Guardian o del joyero Jean Prounis, para quien ideó el Palazzo Prunis que se expuso en la sede neoyorquina de Dover Street Market, la prestigiosa tienda multimarca de la diseñadora Rei Kawakubo y su marido, Adrian Joffe.

Después de finiquitar estos proyectos y su, quizá, obra maestra, “una casa de muñecas que podría ser la de tus sueños. O, por lo menos, de los míos”, señala entre risas, Mazarrasa está entregada a una maqueta que restauró hace 15 años y, tras ex- ponerla en una galería de Valencia, se llevó a la granja. “Allí se la comieron los ratones. Una familia de roedores se mudó y la destrozó. Eran como okupas ingleses”. Estos particulares inquilinos dejaron rastro de su presencia de diversas formas. “Había cacas por todas partes, pero también pruebas de que se acostaban en las camas”, asegura la artista, entre cuyos planes inmediatos está terminar esa casa. Los ratones están invitados.