Very Important Person

Aquellas iniciales VIP son mágicas; en los aeropuertos permiten esperar los vuelos en salones de lujo con bocaditos, sándwiches, café, jugos de fruta, trato ultrapersonal. Los vips acompañan al presidente en la tarima, tienen permiso para poner en su auto láminas antisolares, placas ostentosas, no hacen cola, tienen chofer particular. No es nada malo en sí mientras se guarda cordura, pero mientras más importante es una persona más debe ser sencilla, pues cuando uno toma en serio aquella importancia, cuando los honores suben a la cabeza o se embriaga el amor propio, se corre el riesgo de llegar a ser pendejo. Es admirable, en cambio, que el papa Francisco pueda declarar abiertamente: “Yo le dije al Señor: Vos cuídame, pero si tu voluntad es que yo muera o que me hagan daño, te pido un solo favor, que no me duela porque soy cobarde para el dolor físico”. El papa Francisco no se considera como un vip, más bien se declara humilde frente al tremendo cargo que le fue confiado.

Ser rodeado por una multitud que grita el nombre de uno puede provocar cortocircuitos en el orgullo, lo pude palpar al entrevistar a tanta gente considerada como famosa, acostumbrada a enfrentar muchedumbres de fanáticos. No me causan gracia palabras como figuretti, talentos, pues talentos fueron Miguel Ángel, Mozart, Beethoven y otros. En el terreno de las profesiones prefiero hablar de capacidad o quizás de carisma.

Very Important Person

Blacio Pascal lo graficó con acierto: “La grandeza del hombre consiste en saberse miserable, un árbol no conoce su miseria, es pues ser grande saber reconocer que se es miserable”. Bill Gates, como cualquier sultán que tenga un Lamborghini enchapado en oro, tendrá que irse en hombros sin que importe mayormente el acolchonado de su postrero embalaje. Si opta por la cremación para evitar la putrefacción se volverá polvo en el viento, dust in the wind.

El ser humano rehúsa muchas veces encarar su destino, sueña con ser inmortal, entonces el mercadeo de los difuntos inventa modas estrafalarias. La última permite convertir las cenizas en diamantes, una empresa suiza recoge nuestros residuos, los traslada a su laboratorio donde son tratados sin manipular el color de las alhajas obtenidas. Los familiares pueden escoger entre joyas de 0,3 y 3 quilates, incluso decidir que sean de color azul claro o blanco con destellos azules, dependiendo de la cantidad de boro que presente el cuerpo del fallecido.

Aquí estamos con nuestras ínfulas, ropa nueva, auto del año, llenando nuestra vida con cualquier tipo de chuchería: medallas, honores, agasajos, diplomas, nos convertimos de igual manera en póstumos doctores honoris causa ad vitam eternam. Nuestras manos apergaminadas se van en busca de un mar muerto cualquiera. Es triste que un concertista de piano o de violonchelo tenga que pasar una vida entera para poder acercarse a la perfección, luego convertirse en dos kilos y medio de cenizas. Seamos realistas, sabiéndonos mortales, disfrutando cada mordisco que le damos a este sabroso pastel llamado vida. Seamos también pesimistas alegres, pues tan solo por un amor la vida vale la pena. (O)