Tres días en el paraíso de las armas | Reportajes | MG Magazine

Una mezcla de satisfacción y agotamiento distingue las caras de los visitantes que salen del centro de congresos de Dallas (Texas), aunque después de circular durante horas por sus 15.000 metros cuadrados es difícil adivinar si vienen de un torneo de voleibol, una reunión de cheerleaders o la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle (NRA en sus siglas en inglés), por citar algunos de los últimos actos allí programados.

“Ha estado fenomenal. Todo el mundo era muy simpático y estaba muy animado. Las niñas se lo han pasado en grande”, se felicita Karla, mientras tira del carrito con sus dos criaturas. “Demasiado técnico para mí, yo soy más clásico. Pero he disfrutado mucho”, comenta John, un jubilado de Massachusetts. Gloria y sus amigas parten apresuradas a coger el bus de la organización de vuelta al hotel: “¡Nos ha encantado!”, aseguran. Los Langford han ido en familia, con su hija, una treintañera que sale cargada de bolsas con publicidad y regalos. “Había que estar aquí”, se reafirma el padre.

El compromiso es clave para entender qué llevó allí a 80.000 personas: su amor por las armas, por la libertad y por América, tres ingredientes inseparables según la exitosa retórica de la NRA. Políticamente conservadores, sus socios son los usuarios de armas más fanáticos e intensivos de Estados Unidos, según una reciente radiografía del Pew Research Center.

El 77% de los socios de la NRA se declara afín a los republicanos; el 52% tiene cinco o más armas, y el 44% las lleva consigo adonde vaya

El 77% se declara afín a los republicanos. Para un 45%, ­tener armas forma parte de su identi­dad, algo que sólo dice el 22% del resto de los propietarios; el 90% las cree “esenciales para su libertad personal”. Son los usuarios que atesoran más armas: el 52% de los miembros de la NRA tiene cinco o más pisto­las, frente al 24% del resto de los usuarios, que mayoritariamente tiene una. Las usan con más intensidad (el 50% caza “con frecuencia”, y un 66% las dispara “a menudo”); son más proclives a tenerlas cargadas que los otros estadouniden­ses armados (el 53% frente al 43%) y el 44% las lleva cuando sale de casa, el doble que la media.

Dallas se convirtió en mayo en el epicentro del debate sobre el control de armas. La cita estaba convocada desde un año atrás, y Texas, uno de los estados con leyes más permisivas, es territorio amigo. Pero la matanza escolar de Parkland (Florida), el 14 de febrero, alumbró un movimiento de protesta sin precedentes, liderado por estudiantes. En su punto de mira, la NRA y su enorme influencia política.

Esta presión social ha llevado a dos gobernadores republicanos que recibieron donaciones de la NRA a aprobar leyes de control de armas, modestas vistas desde fuera, pero relevantes en el contexto estadounidense. Y primeras marcas como Delta Airlines, Bank of America o MetLife han rescindido sus acuerdos con la NRA, ventajas comerciales que hacían más atractiva la cuota anual de 40 dólares que cuesta sumarse a la “familia de patriotas de América”. La campaña, iniciada por el grupo Drain The NRA (Seca la NRA), va ahora a por FedEx.

Pero si hay un ambiente en que la NRA crece (en socios, donaciones y energía) es cuando se siente amenazada y sus líderes y militantes llegaron a Dallas con espíritu combativo y ganas de rodearse de “gente con la misma mentalidad”. “Vuestros derechos están bajo asedio, pero mientras yo sea vuestro presidente, no estarán en peligro”, dijo Wayne LaPierre al inaugurar la convención, a la que Magazine accedió como visitante ya que la NRA no acredita a prensa extranjera.

“Vuestros derechos están bajo asedio, pero mientras yo sea presidente, no estarán en peligro, asegura el dirigente de la NRA en la convención anual

El ambiente es relajado y festivo; recuerda más a un centro comercial que al siniestro negocio de la industria de las armas. El público es mayoritariamente blanco y masculino (en las charlas, muchos levantan la mano cuando se pregunta si hay agentes del orden, militares o bomberos), pero se ven también negros y latinos. Hay mujeres. Alguna novia aburrida, sí, pero más grupos de amigas que posan entusiasmadas revólver en mano (Say cheeeese!) y muchas familias con niños.

“Si la tocas te la tienes que llevar”, bromea el dependiente de un puesto de pistolas con la culata rosa, pequeñas y ligeras. Para mujeres. En realidad, sólo se puede comprar munición y accesorios. La venta de armas está prohibida in situ. De lo que se trata es de ver, acariciar y probar artículos sin pegar un tiro (salvo por las casetas de simulación). Es un bombardeo constante para los sentidos. Los stands atraen a la clientela con sorteos de armas, aroma de café Black Rifle, regalos, ropa de camuflaje, vídeos trepidantes que animan a “ser un héroe”, realidad virtual, banderas y lemas patrióticos, música country…

Los niños revuelven balas como si metieran la mano en un cajón con piezas de Lego. Una pequeña de unos ocho años casi pierde el equilibrio al sostener un rifle más largo que ella. Los padres ríen mientras el dependiente le ayuda. Podría ser la próxima Alpha Addy, una francotiradora de nueve años que triunfa en YouTube y las redes sociales y que deja sin aliento a los aficionados al tiro con su puntería. Es una de las estrellas de la convención. “Es para mi nieta”, comenta un hombre que hace cola para pedirle un autógrafo. “Tiene mucha afición por las pistolas. Puede ser una inspiración para ella”, dice.

Tres días en el paraíso de las armas | Reportajes | MG Magazine

Una niña de unos ocho años casi pierde el equilibrio al sostener un rifle. Podría ser la próxima Alpha Addy, una francotiradora de nueve años que triunfa en YouTube y en la convención

Atraer al público joven y femenino es una de las estrategias de la NRA y la industria de las armas para expandir su base social. Muchas de las estrellas invitadas a la convención, que dedicó el último día a la juventud, eran mujeres. Entre las novedades destacadas por la asociación, un corsé-pistolera de encaje “transpirable, seguro y sexy”. “Tiene dos bolsillos, uno para el revólver y otro para la munición”, explica el responsable del stand. Mi mujer lo lleva puesto, ¿a que no se nota? Es capaz de sacar la pistola en dos segundos”, presume.

El mundo exterior, visto por la NRA, es amenazante: ladrones, violadores, terroristas, asesinos, locos… El miedo es el carburante de la NRA, y la industria de las armas, su ­principal fuente de financiación vía donaciones y publicidad. Su retórica alimenta la desconfianza hacia la capacidad de las fuerzas del orden para protegerles y apela a la responsabilidad individual. “La mejor manera de parar a un malo con una pistola es un bueno con una pistola”, dicen los socios de la NRA (y Donald Trump). “En Texas no llamamos al 911”, el teléfono de emergencias, se lee en una camiseta ilustrada con un revólver.

“Empecé a llevar armas conmigo cuando tuve a mis hijas. Si estás sola en el coche dando el pecho, es mejor estar protegida”, argumenta Karla, la madre de dos niñas rubias. No viven en un rancho aislado sino en Fort Worth, una ciudad de Texas muy apegada a las armas, pero eso, dice, “es lo de menos. Puede ser peligrosa cualquier parte. He estado en Nueva York y ahí también hay peligros”.

Es la actitud correcta, según la NRA. “Para protegerte a ti mismo, a tu familia y a los inocentes que te rodean debes estar a la ofensiva”, siempre alerta, aconseja el sargento Kyle Lamb en un seminario. Sus preguntas resuenan como disparos en la sala: “¿Estáis listos para afrontar lo que te puede ocurrir ahí afuera? ¿Estáis preparados para las operaciones de tu vida diaria? Aún no estáis cazando a terroristas en vuestro barrio, pero algún día va a ocurrir y mejor empezar a prepararnos, right?”. El público asiente en silencio. “Hay que entrenar, entrenar y entrenar”, dice.

“Aún no estáis cazando terroristas en vuestro barrio, pero algún día va a ocurrir, y mejor empezar a prepararnos, ‘right’?”, dice el sargento Kyle Lamb al público

“Actitud superviviente”. “Negarse a ser una víctima: estrategias de prevención del crimen”… La lista de seminarios es estresante. “¡Oh, qué bien!”, exclama una mujer, “hay una charla sobre ‘armarse de argumentos contra las falsedades que se dirán contra las armas en la campaña electoral’”. La propia NRA justifica así su capacidad de influencia en la agenda legislativa nacional: “Nuestra fortaleza no viene de nuestro cuartel general sino de ti. Tu voz, tu activismo y tus votos nos sirven para salvar la libertad”. Hay muchas maneras de apoyarles. Incluso bebiendo alcohol: “Nos apoyas con cada sorbo”, reza la publicidad del Club de Vinos de la NRA.

La asociación se ha arrogado casi en exclusiva la defensa de la Segunda Enmienda de la Constitución, que autoriza a los estadounidenses a portar armas: “Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, dice el texto de 1791. Hoy, la palabra regulación es anatema en la NRA, absolutista en la interpretación del texto.

“La NRA no tiene nada que ver con la asociación de nuestros abuelos”, se desgañita Kim Russel, superviviente de un tiroteo y activista antiarmas en un pequeña protesta durante la convención. Los orígenes de la NRA están, en efecto, lejos de la política. Dos militares del Norte, alarmados por la mala puntería de los soldados en la guerra de Secesión, fundaron la entidad en 1871 para mejorar sus habilidades. En pocos años, se extendió por el país gracias a las clases de tiro en institutos y universidades, que aún oferta. Durante su primer siglo de vida fue, ante todo, una asociación de deportistas y cazadores. En 1968 incluso apoyó las leyes de control de armas aprobadas tras los asesinatos de John F. Kennedy y Martin Luther King.

“Se ha convertido en una asociación paranoica, obsesionada con que el Estado va a ir a quitarles las armas”, dice una activista contraria a la NRA

Luego cambió. La brecha entre los miembros más pragmáticos y los que defendían la Segunda Enmienda como una cuestión de principios se agrandó coincidiendo con el aumento de la criminalidad y la aparición de grupos terroristas de izquierdas. En 1977, el ala dura aprovechó la convención anual para hacerse con el poder. Tras la revuelta de Cincinnati, la NRA pasó a actuar como el grupo de acción política que es hoy. Un lobby que encumbra o hunde candidatos en función de su adhesión a sus principios, no tanto gracias al dinero como al activismo de sus socios.

El excongresista demócrata y escritor Steven Israel ha visto de cerca cómo funciona. En los 16 años que pasó en el Congreso hubo 52 tiroteos masivos. Al final, dejó de participar en los minutos de silencio: sentía que era “una forma de consentirlos”. Después de una de esas tragedias, los demócratas propusieron varias medidas de control, pero los republicanos las tumbaron. Luego, en el ascensor, “uno me explicó que estaba de acuerdo conmigo –dice–, pero que si votaba conmigo no podía volver a su distrito o enfrentarse a una charla con votantes. Están con nosotros en los principios, pero por pura supervivencia política no nos apoyan”.

Esa es la historia que quería contar en Big Guns, una sátira política sobre el debate de las armas en Estados Unidos. El punto de partida es una propuesta que obliga a todos los ciudadanos del país, excepto los menores de siete años, a llevar armas. No es una invención, si no no sería creíble. Israel se inspiró en una iniciativa de Nelson (Oregon) en respuesta al tiroteo en una escuela de Connecticut en la que murieron 20 niños de seis y siete años.

“Los medios exageran mucho. Hay muy poca gente que usa sus armas para matar”, asegura una asistente a la convención

Dallas designó zonas de libertad de expresión durante la convención donde todo el mundo podía dar su opinión, también activistas pro armas cuyo radicalismo desagrada a la NRA. Decenas de miembros de asociaciones como Open Carry o North Texas Patriots for Liberty se expresaron contra las protestas que, sostienen, pretenden privarles de su derecho a usar armas. Aprovechando las leyes de Texas, acudieron con sus rifles colgados al cuello y pistolas al cinto, perfectamente visibles. “Ven a cogerlas”, se leía en sus banderas.

A la salida de la convención, un hombre con aspecto de fraile reparte información. “No, yo no estoy protestando”, dice el hermano Alxis Bugnolo mientras tiende un folleto de Ordo Militaris. “Somos una organización de defensa cristiana y estamos aquí para reclutar miembros que apoyen nuestros esfuerzos para que los cristianos no sean perseguidos. En la NRA puede haber gente dispuesta a apoyar nuestra causa”, explica. Su plan es formar milicias privadas para defender a las minorías cristianas de los yihadistas.

Un alzacuellos distingue a Judy Guld como religiosa. Es ministra retirada de la Iglesia metodista, se crió en Maine y coincide con la NRA en que las pistolas forman parte de la cultura americana. Ella adora disparar: “Es parecido a la meditación. Estás concentrado en una sola cosa, sea Dios, un cántico o un objetivo. Cuando disparas, eres sólo tú y tu blanco. Me da paz”, asegura. Pero esto no le impide detestar a la NRA. “Han secuestrado y pervertido el significado de la Segunda Enmienda. Yo les apoyaba hace años cuando se preocupaban por la caza y los deportistas, pero se han convertido en una asociación paranoica, obsesionada con que el Rstado va a ir a quitarles las armas”, sostiene Guld junto a su cartel con una lista de matanzas escolares.

“Tenemos que hacer entender a los votantes republicanos y propietarios de armas que la NRA no está ahí para protegerles, que defiende a los fabricantes”, dice Laura Mannino, fundadora de Drain the NRA

Las estadísticas sobre tiroteos estudiantiles o muertes por arma de fuego en Estados Unidos (25 veces más altas que en otros países desarrollados) tienen escasa credibilidad entre los socios de la NRA. “Esas cosas pasan en todas partes”, dicen. “Son países más pequeños”, replican ante las cifras, aunque sean per cápita. “Cuando ocurre aquí, se publicita más. Los medios exageran. Hay muy poca gente que usa sus armas para matar. Muere más gente en accidentes de tráfico que asesinada con armas”, replica Caroline, la madre de la familia Langford, tirando del argumentario clásico de la NRA.

En su lógica, las cifras son un argumento a favor de que haya más armas. “Las pistolas salvan vidas”, dicen. Tras Park­land, la Casa Blanca aprobó que el personal educativo pueda llevar armas para proteger a los estudiantes. Carolina Langford está deseando que se aplique en su escuela. “La mayoría de los maestros con que trabajo tienen licencia de armas, pero no podemos entrarlas al campus”, se queja. ¿Se ve capaz de reaccionar en una situación de peligro? “Si tuviera que hacerlo, sí, por supuesto”, contesta.

Los tiroteos escolares son un porcentaje ínfimo de las muertes por armas de fuego, una violencia que castiga desproporcionadamente a los más pobres y la población negra. Pero es cuando la mayoría de la población, los blancos, se sienten afectados. La NRA y sus socios están a la defensiva. Animados por los carismáticos estudiantes de Parkland, los grupos pro control de armas han cobrado fuerza. “Debilitar la influencia de la NRA será el principio de un cambio cultural”, sostiene Laura Mannino, fundadora de Drain the NRA.

“Tenemos que hacer entender a los votantes republicanos y propietarios de armas que la NRA no está ahí para protegerles, que a quien defiende es a los fabricantes de armas. Pero es difícil hablar con ellos, dicen que les queremos quitar sus pistolas”, dice Mannino, que confía en los jóvenes. “El cambio cultural ocurre en su generación. Están siendo cazados en sus escuelas. Cuando creces con ese miedo, creo que las cosas pueden cambiar. Mi esperanza es que empiecen a votar”, dice desde Los Ángeles.

“Esos chicos no saben de qué hablan. Están manipulados por los grupos y medios de comunicación progresistas”, discrepa John, socio de la NRA. “¿Medidas de ‘sentido común’ que restrinjan la venta de armas? No puedes ceder. Nunca tendrán suficiente”, dice el pensionista de Massachusetts. Él tiene un par de escopetas de caza, pero ve como “una cuestión de principios” oponerse a cualquier control. “Los límites afectan siempre a los ciudadanos que cumplen la ley, no a los criminales. ¿Vamos a renunciar a nuestros derechos para evitar algo que no puede prevenirse? Ni en broma”. Poco después de la convención, otro tiroteo escolar causó diez muertes en Santa Fe (Texas). “El problema no son las pistolas, sino los corazones sin Dios”, dijo el gobernador republicano del estado.