“Me quedo solo en el milenario arte del esmalte vitrificado”

Catalán universal

Suena música clásica en su taller. Es un museo de su arte. Paredes tapizadas de esmaltes enmarcados. Hace él los marcos, también. Mesas con papeles dibujados, lápices, buriles, espátulas, pinceles. ¡Todo ordenadísimo! Qué pulcritud. Junto a tarros de cristal con piedritas de colores, hasta los hornos parecen joyas. Vilasís es carpintero, dibujante, orfebre, esmaltador. Artesano, artista. Miles de catalanes lucieron sus medallas de primera comunión, durante años su sustento, hasta volcarse en sus rostros de mujer. Refleja su obra el libro L’art d’esmaltar al foc sobre metalls gravats, repujats i cisellats (Pagès Editors). Fue Máximo Premio en la VII Bienal Internacional de Limoges de 1974. Hay obra suya en muchos museos del mundo. Si nadie lo remedia, su colección personal acabará en Japón.

De política, mejor no hablar

Viví una guerra. Los políticos debieran unirnos, y nos separan. ¡Unidos seríamos la admiración del mundo!

¿Lo fuimos alguna vez?

Barcelona era capital mundial del arte cuando yo era joven, con París y Nueva York. Pese a nuestra posguerra.

¿Qué arte era el suyo?

El esmalte. Lo he practicado cada día durante setenta y siete años. Y aquí sigo, cada día más solo.

¿A qué edad empezó?

Tenía doce años. Dibujaba bien y mi padre me llevó a la Escola Massana. Mientras mi padre hablaba con Soldevila...

¿Soldevila?

El director, maestro esmaltador. Me escabullí, husmeé por la escuela, vi una puerta entornada, me asomé...

“Me quedo solo en el milenario arte del esmalte vitrificado”

Se emociona.

Es que ese día mi vida cambió, vi el fuego del horno de vitrificar, quedé embobado. Cuando mi padre y Miquel Soldevila me encontraron, al ver mi cara, el maestro profetizó: “Este niño será esmaltador”.

Lo acertó.

Fui su alumno once años. Aprendí las preciosas técnicas milenarias del esmalte vitrificable pintado al fuego sobre metales.

Veo potes con piedritas de colores.

Tengo 700 colores distintos con los que esmaltar, y mis hornos para vitrificar. Es mi taller del arte del fuego.

¿Qué tiene de especial este arte?

Los egipcios lo inventaron hace cinco mil años, y hasta hoy. No he hecho otra cosa, dibujar y esmaltar. Mire estas piezas.

Medallones esmaltados a dos caras, ¡qué finura de dibujo y colores!

Un maestro japonés me dijo: “No existe nada igual en esmalte pintado al fuego, que yo haya visto”. Allí preservan este arte con cariño, en Japón me adoran.

Qué minuciosas las pupilas de los ojos.

Me darían fortunas por estos ocho medallones, pero los fui haciendo para Margarita, mi esposa. Suyos son. Ella me ha dicho: “Enséñaselos al señor Amela”.

Salude a su señora de mi parte.

Me enamoré de Margarita solo con verla, ella tenía 14 años, yo 21. Iba a su pueblo cada semana a verla, Cantonigròs, me hizo esperar seis años. Y un día vino y me cogió la mano.

¿Está llorando, señor Vilasís?

Sí, lloro. Aquel momento es lo más grande que me ha pasado nunca.

...

Casi me desvanecí. Margarita es lo que más amo.

Lo veo.

Ella me ha acompañado en exposiciones internacionales. He hecho sesenta y seis individuales.

Veo que dibuja rostros de mujer.

¡La mujer es mi devoción! La Virgen María, y mi madre, y mi esposa. Sin la mujer nada existiría, ni usted ni yo.

Es verdad.

Venero la maternidad, la honro en cada esmalte. Cada vida humana es un milagro inmenso. ¿Se da cuenta?

A veces me olvido.

Recuérdelo siempre, estar vivo es asombroso. Y el arte hace mejor la vida.

¿Y qué diría su padre si le viese hoy?

Él me dijo: “He sido esclavo toda mi vida, quiero que seas libre”. Lo logró. Nunca he sido mandado por nadie, ni he mandado a nadie. He sido libre gracias a mi arte.

¿Pudo agradecérselo usted a su padre?

Sí. Él tenía mucha sensibilidad, no pudo canalizarla en arte. Lo hizo conmigo.

¿Cómo define usted el arte?

Toda obra que te emocione profundamente. Un día mi padre me llevó al Prado, yo con 16 años. Ante Las meninas , mi padre rompió a llorar. Nunca lo he olvidado.

¡Gran arte!

¡Todo arte es grande! Cada artesano que había en el barrio de Gràcia, con su taller en cada portal... ¡Arte! ¡Yo les admiraba!

De acuerdo.

Una madera, un cartón, una tela... Destreza, técnica, experiencia... Todo esto que hoy desaparece hacía de Barcelona y Catalunya un foco artístico mundial.

¿Y su arte, desaparece también?

El arte del esmalte vitrificado se extingue. En mi corazón queda un momento en la exposición en San Diego, en 1985.

¿Qué pasó?

Un señor septuagenario miró mis piezas, se me acercó, me besó las manos, me abrazó con lágrimas, y se fue sin hablar.

¿Qué es lo más difícil de su arte?

Se precisan sucesivas cocciones, y si falla algo en la última cocción habrás perdido meses de trabajo.

¿En este arte del fuego es usted hoy el mejor del mundo?

Lo era con el japonés Oota y el americano Bennet. Ahora solo yo sigo aquí.